Desde hace un año aproximadamente, leo en las redes sociales y escucho en algunos programas vía Zoom y Space, de esos que te invitan y te hacen presumir como si fueras un exclusivo participante de una charla exclusiva, que los escenarios de la política ya estaban decididos el 2021, que estaban también decididos el 2022 y que Castillo no duraba ni siquiera una semana en Palacio, ya que entre la vacancia que unos anunciaban, la inhabilitación que otros decidían, la renuncia que las marchas exigían y las acusaciones constitucionales que varios leían en sus cartas astrales, el cambio de los protagonistas del poder era un hecho. Sin embargo, después de un año, todos ellos, los del Zoom, Space y las reuniones, fracasaron.
Les cuento: he ido a decenas de reuniones “para pocos”, almuerzos, lonchecitos, desayunos de grupos selectos y cafés de opinión, organizados por amigos, no amigos, aventureros de las noticias y por “los elegidos” para ser portadores de la verdad indiscutible. Esos, los de la verdad indiscutible, los dueños de los comentarios de Facebook, los que tienen un millón de amigos y son amigos de los que tienen otro millón de amigos, caminan siempre en soledad, porque sus “likes” no tienen valor, ni contundencia, ni eco, ni fuerza, ni razón.
Yo entiendo la vanidad, el orgullo autofabricado, el mirarse al espejo y verse relucientes, como si fuera un sueño de la vida misma. Pero la vanidad es un pecado de soberbias, el orgullo autofabricado es una copia y remedo de otras personas que no son lo que tú eres o puedes ser, verse reluciente es un piropo pero no es la imagen real. Por eso, la humildad es algo imperceptible, inimaginable, muy extraño y poco frecuente. Y por eso, el país anda sometido al imperio de la hipocresía, la vanidad, los presentólogos (no hay futurólogos porque lo urgente apremia como reconocimiento).
La sociedad peruana está autobuscándose para premiarse. Un ejemplo: Felipe es un tipo pensante o por lo menos eso aparenta. Publica algunas frases por aquí y por allá, sus amigos le dan like y uno que otro lo felicita. Excelente.
Felipe asiste a reuniones de pocos, donde creen que piensan como muchos y hacen de esas reuniones, la parábola de su verdad, no de la verdad. Pésimo.
Así como Felipe, hay miles de Felipes más, que creen en sus primicias, que se copian otras primicias que son copia de cosas pasadas, pero creen que son primicias y que todos les van a aplaudir. Viven equivocados y asumen esas equivocaciones como patrimonio de la verdad. Pésimo.
Un país no puede estar enredándose en los errores y ambiciones de gentes buenas que creyendo ser el nuevo centro de gravedad política, desprestigian más a la política.
El 28 de julio todo seguirá igual si todos seguimos igual, esa es la única verdad y podemos cambiarla, si dejamos tanto Zoom y Space de callejón y tantos panes fríos en soledad.