Un artículo de Francisco Bobadilla
Bernard de Mandeville (1670-1733) escribió en 1714 uno de los textos más famosos del pensamiento político, “La fábula de las abejas o Vicios privados, beneficios públicos”.
La narración va así: Érase una vez una colmena rica, aunque la falta de honradez imperaba por doquier. La corrupción en el ejercicio de los cargos era notoria. Los jueces cometían atropellos. Incluso las víctimas, a su vez, engañaban en los negocios. Los comerciantes aumentaban el precio y bajaban la calidad de los productos. Cada abeja buscaba su provecho con desprecio por el derecho del prójimo. Sin embargo, gracias a esta corrupción generalizada, todas gozaban de mucha comodidad cercana al lujo.
Pese al evidente bienestar material, el clamor por el cese de la corrupción no dejaba de clamar al cielo. Los dioses se apiadaron y Júpiter decidió cambiar radicalmente las cosas, al punto de que las cárceles ya no se daban abasto para recibir a los criminales.
Las abejas empezaron a llevar un ritmo de vida sobrio, disminuyó el gasto y nadie se endeudaba. Paradojas de la vida, el comercio se vino por los suelos y empezó a extenderse la pobreza. Muchas abejas tuvieron que partir a otras colmenas en busca de sustento y las que quedaron fueron atacadas por mercenarios. En definitiva -termina la sentenciando la fábula- las virtudes privadas dieron como resultado una infinidad de males públicos.
Han pasado 300 años de esta curiosa fábula y lo que tenemos a la vista es justamente lo contrario: cuántas oportunidades perdidas, precisamente, porque más de uno de los que ha estado en un cargo público ha medrado para su beneficio personal, enredado en sus pequeños placeres o grandes ambiciones.
De la viveza criolla, la falta de respeto por la esposa o el olvido de las obligaciones alimentarias con los hijos nunca se han seguido beneficios públicos para la sociedad.
El número de candidatos tachados a las elecciones municipales por conductas indebidas y/o ilícitos penales es pasmoso. En cristiano, esta falta de idoneidad moral sí le importa al elector, entre otras cosas, porque el vicio de mentir afecta a toda relación humana, independientemente del ámbito privado o público en que se ejercite.
Como bien dice Alejandro Llano, citando a los anglosajones, “no es prudente elegir como gobernante a quien no le compraríamos un carro usado”.
Quien en sus asuntos privados oculta la verdad para sacar un beneficio personal, encontrará aún más oportunidades para defraudar en los asuntos públicos.
Las recientes denuncias demuestran la triste constatación de la corrupción pública que se sigue de los vicios privados.