Chile tuvo una activa –pero no masiva- juventud revolucionaria, de izquierda, en los años 60/70 del siglo pasado; ilusionada por un lado, entrenada en eso por el otro sector. Ilusionada porque la revolución cubana era una especie de sueño atractivo de rebeldía y anhelos de cambios radicales en sociedades que tenían espacios muy grandes entre unos y otros, entre los pobres y los demás. Pero también era una sociedad inundada en diferentes espacios -culturales, sindicales, universitarios, intelectuales por decirlo-, gentes muy bien entrenadas en la agitación política y en la doctrina marxista leninista, eso no se puede dejar de decir.
Entonces, moda y militancia se juntaron en una combinación que fue muy bien dirigida por líderes carismáticos y mediante slogans atractivos, pero ideas, ninguna. Lo explosivo llegó cuando luego de la extraña asunción de Salvador Allende a la presidencia de Chile, la presencia de los instructores cubanos se hizo cosa común en el poder, en la educación, en las políticas sociales y en las decisiones de gobierno. Fidel Castro era una especie de ciudadano reivindicado, que volvió a su tierra anti imperialista –siendo cubano claro está-, porque no existe otra explicación para dejar su país y quedarse un mes asesorando a Allende en las tropelías y desmanes que hicieron de una nación con proyección y futuro, el cuadro más dramático de odios, violencia política, peleas, huelgas, resentimientos y pobreza que jamás se pudo prever.
Pero llegó Pinochet y todo tuvo un giro inmediato y un camino definido en base a las Fuerzas Armadas, que llevo a Chile a ir recomponiendo su economía, reconstruyendo su precaria institucionalidad, mirando sus fortalezas, invirtiendo en sus gentes y logrando apartarse del marxismo para asumir posiciones de emprendimiento y una Constitución bastante rígida que blindaba esos logros económicos y sus libertades recuperadas en especial. La falla, siempre existen algunas, fue en la educación.
Los maestros, los profesores, habían estado muy adoctrinados por los anticipos de Allende y por la sinuosa Democracia Cristiana, tan al medio a veces, tan a la izquierda cuando le conviene. Y de esos cuadros magisteriales –no magistrales- salieron jóvenes confundidos y otros cimentados en la guerra popular, la revolución, la lucha de clases y el discurso de enfrentamientos que llevo al colapso de Chile.
Un detalle poco observado fue que las izquierdas nunca andaban muy unidas, más bien se dinamitaban entre ellas por la conducción política. Esa realidad permitió que entre los cubanófilos y moscovitas (en esos tiempos los fanáticos de Fidel y de Moscú) se originara una pelea fuerte con los Maoístas (pro China comunista), los llamados “albaneses” (seguidores de Enver Hoxa) y los infaltables herederos de Trotsky. Cada uno con su mensaje y su revolución lograron abrir –felizmente- el camino a un punto final, que sumado a las protestas por la extrema pobreza, el hambre, la destrucción social y la emigración constante, produjera una necesaria irrupción para recuperar un país en desborde absoluto.
Es ese fenómeno raro de las izquierdas: acumulación y dispersión, que las hace estallar y si se aprovecha desde la otra vereda esa ruptura, se puede construir un buen muro por la Libertad.
El advenimiento de Pinochet no fue tema de borrón y cuenta nueva. Sus objetivos estaban claramente establecidos pero el factor educativo, el de quiénes son los que educan, no fue tomado en cuenta en toda su dimensión y eso, con el tiempo resulta contraproducente. Ahora lo comprobamos.
Un golpe militar o quiebre sobre el orden constitucional genera fanáticos, detractores, admiradores, seguidores, renegados, inconformes y lógicamente, un abanico en el medio, donde quedan en un limbo millones que no participan de la política. Dejar de atender con ideas esa amplia masa ciudadana, produce en las siguientes generaciones un silencio temporal y una protesta acumulada en sus mentes, que busca cualquier pretexto para lanzarse a las calles si encuentra el detonante preciso, no necesariamente un líder.
La sociedad recuperó un cauce en Chile, tanto en lo económico como en lo laboral, también en seguridad, inversiones y camino al desarrollo. La intensidad de los logros se fue convirtiendo en una especie de zona de envidia al punto que, luego de años, los exiliados de izquierda volvieron y se reintegraron en la carrera política con una sola misión, sembrar en las nuevas mentes, ideas antiguas, eso que se parece mucho al discurso de la revolución.
El fin del periodo de Pinochet fue intensamente llevado por sus aliados, por sus enemigos. Un país dividido vio su partida del poder y hasta su fallecimiento, la tensión era inquietante. Luego de ello, Chile se enfrascó en la lucha por el poder, pero nadie reclamó la herencia política de Pinochet y menos aún, la herencia del despegue, del progreso, del cambio evidente que había en la economía y cada familia propietaria de un bien.
Así vimos derechas medio avergonzadas para decir su opinión y posición, y vimos por supuesto izquierdas enervantes contra todo lo que fuera el nombre de Pinochet o algunos de sus logros. Callar, tuvo un precio.
El debate adoleció de líderes y se llenó de vociferantes; surgió entonces la mediocridad y entre ellos, algunos menos irritantes o más preparados.
Ese tiempo, más de veinte años, Chile recibió resultados de su fomento a la inversión privada y el desarrollo de diversas iniciativas, como el ahorro previsional, generando una fortaleza inexpugnable para salir de su larga geografía y penetrar en mercados de frontera y aún más allá. Pero volvemos a lo mencionado al inicio, los que educaban no enseñaban civismo, ni historia de la patria, ni nada edificante: fueron conduciendo a los niños y jóvenes a eso que llaman lúdico, transversal e improductivo, sembrando en sus mentes que lo logrado era natural y no producto de todo un cambio en su historia política reciente. El estado de bienestar era un supuesto derecho, pero las cosas no son eternas.
Un país de recursos concentrados sobretodo en un mineral y en un mercado de materias primas cambiante, sino se diversifica cae en el círculo de esperar precios y oportunidades, perdiendo futuro. Chile aprovechó oportunidades y precios, pero no viró hacia adentro, reconstruyendo la educación desde la inicial en los más pequeños y con las familias, destacando el mérito, el compromiso, los logros individuales y colectivos.
Y pasado el tiempo, esos nuevos jóvenes que nunca vivieron la pobreza, ni la violencia política, ni el comunismo desde el Palacio de La Moneda, esos jóvenes siempre cómodos y a la moda, con un país liderando resultados y grados de inversión, comenzaron a pedir más, sin haber dado nada.
Hablan del pasado y no han leído, no le han preguntado a sus padres, desdeñan a sus abuelos, no se han formado una opinión propia, sino que se han convertido en seguidores de falsos políticos, y también de falsos exonerados.
Hoy Chile se enfrenta a la terrible cuerda del equilibrio que va consiguiendo de un lado aplausos temporales y convenidos, y del otro soplidos y resoplidos para que caiga el siguiente equilibrista, si es que el hombre de fuego no los quema a todos antes.
La Democracia no está en las marchas de las calles, sino en el Voto construido con participación, sensatez y tenacidad.