Sohrab Ahmari (Teherán -Irán-, 1985) es un periodista de opinión y ensayista, afincado en Estados Unidos desde los 13 años. En el 2016 se convirtió al catolicismo. Un viaje a la fe lleno de vivencias intensas y dramáticas, narrado brevemente en un primer artículo “My journey from Tehran to Rome” (Catholic Herald, 2016) y más ampliamente en el libro “Fuego y agua. Mi viaje hacia la fe católica” (Rialp, 2019). Acaba de escribir un reciente libro “The unbroken thread. Rediscovering the wisdom of tradition in an age of chaos” (2021) que espero leer oportunamente.
Perteneció a una familia de clase media acomodada en Irán. Sus padres no fueron observantes, aunque aprendió el Islam por sus abuelos y en el colegio. Cuando llega a Estados Unidos con su mamá, se hospedan por algún tiempo en un pequeño pueblo de Utah, de mayoría mormona. Sus sueños de una América libre de imposiciones religiosas se vienen por los suelos, decía: “he salido de una teocracia para acabar en otra teocracia”. Lee a Nietzsche, “Así habló Zaratustra”. La idea de la muerte de Dios y del superhombre le atrajo. De allí siguieron sus lecturas de Sartre y de Camus. De estos dos últimos se queda con Sartre. El siguiente paso es el marxismo de estilo trotskista. Su antiamericanismo, aprendido en Irán, se recrudece al participar en un grupo político en el que milita.
En el camino, pierde el cierto puritanismo en el que fue formado, sumándose a la corriente libertina que encontró en algunos ambientes universitarios: trago, drogas, sexo. Se iba abriendo paso profesionalmente, pero sus preguntas más íntimas, sus demonios, su propia insatisfacción no encontraban respuestas ni en el marxismo, Freud, o Lacan. La injusticia estructural que predicaba no acababa de llenarle ni la inteligencia ni el alma.
Después de una de sus borracheras, a los 20 años, casi instintivamente entró en una iglesia católica que le quedaba por el camino. Quedó impactado por la Misa y las palabras de la consagración de las especies del pan y del vino. Fue un primer atisbo de lo divino. Hacia el 2008, a propósito de la visita del Papa emérito Benedicto XVI a Estados Unidos, se tomó más en serio la doctrina católica. Consiguió una reciente traducción de la Torá judía que leyó de cabo a rabo; en paralelo, empezó a leer el “Jesús de Nazareth” del Papa. Siguió su búsqueda y se encontró con los Evangélicos. Hizo buenas amistades y creció personalmente. Sin embargo, su inquietud continuaba. Le faltaban respuestas a la inteligencia y reposo al corazón. Vinieron nuevas lecturas: Ronald Knox, Gilbey, Newman y, sobre todo, “Las confesiones” de San Agustín.
Pasaron todavía varios años más hasta que pidió pertenecer a la Iglesia católica, empezando su formación al hilo del Catecismo. La Santa Misa fue lo que más lo deslumbró. “No fue la lectura lo que me trajo la fe en la Presencia Real, sino la Misa -afirma Sohrab Ahmari. La observación de la reverencia con que los Oratorianos celebran el sacrificio, y el recogimiento con que los fieles reciben la Víctima, hizo mucho más por agudizar mi apetito por la presencia eucarística del Señor que ningún discurso teológico”.
Cada camino de encuentro con Cristo es único. La Gracia se abre paso en medio de los ajetreos de la vida. En Ahmari, pesó mucho la realidad de la Encarnación y el amor grande de Cristo que da su Vida para redimirnos. Fe, sacramentos, liturgia se dan la mano para alumbrar con nuevas luces el andar humano. Una vida de fuego la de Sohrab Ahmari revivida por el agua del bautismo.