A mí no me vengan con eso de los Derechos Humanos para los terroristas, no señor, yo no creo estar en el mismo nivel que un asesino.
Tampoco considero que los que viven de su trabajo, como un padre de familia, un joven estudiante universitario, el obrero o el campesino, merezcan ir por calles o pueblos, temiendo al que quiere matarlo, cuando podemos evitar que eso suceda.
Gracias a unos expertos en cambiar las leyes para favorecer a los delincuentes, los condenados por asesinar peruanos, esos que destruyeron la vida no sólo de personas, sino de familias enteras, hoy siguen saliendo de las cárceles donde debieron quedarse para siempre, o se convirtieron en Congresistas, increíble, inaceptable.
Gracias a la absurda presencia de caviares metidos en los gobiernos, nos arrodillamos ante organismos invadidos de miedo y complicidad con aquellos que agitando el puño y llevando un fusil, se decían luchadores por los pobres, siendo demostrado que ese discurso siempre tapó lo que eran, traficantes de drogas y de armas, violadores de niños y jóvenes, perversos delincuentes cuya única manera de actuar, es mediante la muerte de una persona, en la forma más atroz y sanguinaria que ellos imaginaban y aún lo hacen.
A mí no me vengan con eso de los Derechos Humanos para los terroristas, no señor. Yo creo en los derechos de hombres y mujeres que respetan los valores de la Libertad que dicen defender, pero no caigo en el juego de la mentira de comunistas vestidos de ángeles de una revolución que sólo es odio, violencia, resentimiento, muerte.
Hace más de 20 años, estudiaba en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y mi salón de clases estaba pintarrajeado con frases de Lenin, Mao y algún otro ídolo de la izquierda, sí de la misma y repulsiva izquierda que se hace la democrática ahora, la misma hiena hambrienta.
Nos cansamos de perder clases, nos cansamos de estar con miedo. Por eso, una noche tumbamos la estatua de un criminal que fusiló cientos de hombres y mujeres libres en Cuba. Esa estatua representaba un insulto en la zona de ingreso de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la universidad Decana de América. Era como un dios para los comunistas y su nueva faceta, la de terroristas. La sacamos del ingreso a nuestra casa de estudios.
Pintamos los muros y paredes sucias de todo nuestro edificio, arreglamos carpetas y baños, reemplazamos luces y vidrios, aseamos salones, reparamos puertas y eliminamos todo resto de propaganda subversiva. No nos pasó nada, porque les advertimos desde el primer momento que allí estudiábamos y que si no nos respetaban, que se preparen para nuestra respuesta inmediata, porque nosotros ya estábamos preparados.
Y estudiamos, y logramos que jamás toquen un foco de luz o ensucien los muros. Nos unimos todos los que queríamos estudiar, nos unimos y les enseñamos que la fuerza de la razón, también está preparada para defenderse con toda su potencia y energía, respetando nuestros derechos humanos, los nuestros.
No seamos complacientes con los piratas de la democracia, no seamos tolerantes con los que envenenan a niños y jóvenes, levantemos nuestras voces, unamos nuestras fuerzas y démosles donde más les duele, en el rechazo público al terrorismo, a los terroristas, todos los días, así hayan ingresado al gobierno.
Si se tiene que tumbar más mitos y estatuas, estaremos listos. Vamos a derrotar a los terroristas, tenemos que hacerlo.