El Gobierno del presidente Pedro Castillo decidió atentar contra la libertad de información al impedir que los medios de comunicación privados cubran la juramentación del nuevo gabinete y solo se cuelguen de la señal del canal del Estado.
Al margen que las actuales autoridades del Estado tenían problemas para conformar su gabinete y seguramente pretendían que no trascienda -como finalmente sucedió- no solo al tardarse inusualmente la ceremonia, sino al retirarse del evento dos personajes que al fin y al cabo juraron al día siguiente como ministros de Economía y Justicia, ello no era óbice para perjudicar el trabajo de la prensa, que estuvo en la intemperie hasta altas horas de la noche.
Es conocido que para algunos regímenes comunistas -como China o Corea del Norte- y autoritarios o despóticos les molesta la prensa y no la soportan, ello no debe suceder en el Perú, que se encuentra en un aprendizaje democrático y que aún no madura, ni tiene a muchas de sus instituciones libres de corrupción y que, además, son condescendientes al poder de turno.
A la prensa independiente peruana se le ha perdido el respeto, una parte por culpa de autoridades necias o pedantes y, la otra, por su propio comportamiento reprobable, como a fines de la década de los ´90 y desde el vizcarrato, en el que hubo un lavado cerebral brutal a la población.
En este último caso las motivaciones fueron principalmente económicas, debido a que el Estado subvenciona en demasía y en forma inaudita a algunos medios de comunicación y, de otro lado, muchos periodistas pretendieron imponer o machacar sus ideologías o, en el mejor de los casos, sus puntos de vista a la gente.
El periodista debe ser imparcial e informar objetivamente los sucesos, pero cuando se convierte en activista de una causa, se perjudica a sí mismo y al público que lo está viendo, leyendo o escuchando.
No pretendo dar lecciones de periodismo a mis colegas, pero sí deben cuidar su reputación en todo momento, no solo por ellos mismos, sino por la verdad informativa. Cuesta tiempo y esfuerzo conseguirla y en segundos la pueden perder.
Muchos escribas labran a que el periodismo se vea como una profesión de segunda. Llegan tarde a una entrevista, se visten mal, quiebran el off the record, revelan las fuentes, se enfrascan en peleas callejeras, maltratan al entrevistado, mientras a otro lo tratan con refinamiento o quieren ser la estrella frente al entrevistado.
Si bien, como hemos señalado, el activismo hace mucho daño, lo más funesto son los periodistas llamados mermeleros. La gente sabe, se da cuenta. Un anónimo escribió: “No le digas a mi madre que soy periodista, ella cree que soy pianista en un burdel”. No desacreditemos al periodismo, no solo por nuestro bien, sino para que la gente confíe en una voz independiente, la del periodismo.
La pérdida del respeto al periodismo se agudiza en las campañas electorales. El fanatismo de la gente por defender a su candidato y agredir al rival, hace que se distancien amigos y hasta familiares; y, en esta vorágine no están exentos los periodistas.
Tenemos la obligación de ser el equilibrio. ¿Cuántos pensaron que debieron cerrar los canales de televisión o quitarles la publicidad, porque arengaron a que una muchedumbre derribe a un gobierno legítimo como el de Manuel Merino? ¿O porque apoyaron a ciegas al vizcarrismo?
Asimismo, ¿Cuántos pidieron -en forma irrazonable-cerrar a un canal de televisión que era opositor al actual presidente? El fanatismo llegó al colmo de no comprender la labor de los gremios periodísticos, que solo se manifestaban por defender principios, la libertad de expresión y de prensa y no de los intereses particulares de algún medio de comunicación.
Para ellos calza -de paso- las sabias palabras del pensador Noam Chomsky: Si no creemos en la libertad de expresión de aquellos que despreciamos, no creemos en ella en absoluto.
Revaloremos el periodismo, hagámoslo digno, recuperemos el respeto y ello solo se logra con una conducta transparente e informaciones objetivas.
Finalmente, como afirmó George Washington: Si nos quitan la libertad de expresión nos quedamos mudos y silenciosos y nos pueden guiar como ovejas al matadero.