Discrepar mientras vivimos en democracia es algo que no todos ven con la misma actitud, ya que muchos no conocen lo que significa estar bajo la amenaza de un sistema represivo, sea en dictadura, sea en remedo de democracia, como ahora que transitamos sabiéndolo –y eso es lo peor- hacia un sistema absolutamente pernicioso sobre las libertades.
En el Perú, reitero, vivimos una democracia complicada por nosotros mismos, sin amplia participación, sin estar presentes para decidir. Hipotecamos injustamente el poder de las decisiones a 130 congresistas, tanto como lo encargamos a un presidente muchas veces incompetente, con el agravante que éste último tiene la potestad de nombrar ministros también incompetentes y prontuariados, además de escoger a dedo a una innumerable planilla de burócratas que siendo igualmente incompetentes, mediocres y adoradores del dinero público, van a decidir por nosotros, sin que nosotros les hayamos aprobado esa facultad y no tengamos medios para sacarlos y enviarlos de regreso al foso donde nunca debieron salir.
Pero hipotecamos mucho más, como la autoridad en la justicia y la interpretación final de nuestra Constitución Política como país, a jueces y tribunales cuyos rostros tampoco conocemos o quizás, sólo los escuchamos o vemos ocasionalmente en algún medio de comunicación, mientras ellos siguen usufructuando cargos sobre las exigencias de las leyes que ellos juraron cumplir y hacer cumplir… ¡Qué paradojas!.
Al final de todo, pocos reciben el poder de millones y pocos son los que rinden cuenta a esos millones, porque no se sienten delegados en el poder, sino dueños absolutos del poder, de allí que se son intocables, superiores, inmaculados, inmunes por soberbia y por la ley que ellos fabricaron o acomodaron a sus intereses.
Si un presidente miente y predica la mentira constantemente, si un ministro participa en actos subversivos, en atentados terroristas, o si un congresista es parte de la dirección de organizaciones criminales, como efectivamente lo hemos comprobado los peruanos, de acuerdo a lo que los medios de comunicación que aún sobreviven de manera independiente nos informan, no pasa nada.
Si un presidente transgrede la frontera de sus intereses, colocándolos por encima de los del Perú, no sucede nada. Si un presidente evita enfrentarse al resultado de un proceso legislativo, comprando votos, tampoco ocurrirá nada y entonces la fábrica de ilusiones que cada peruano tiene en su mente, para acceder a la justicia y la libertad, se convertirá en una pesadilla en la vida real y nada, nada podrá cambiar ese drama permanente.
Y me dirán, es que estamos en el Perú. Y diré que estando en mi patria, es inaceptable que el comunismo y el terrorismo sean el símbolo de la nueva marca Perú.