En la calle se juntan varios niños y con una piedra marcan en la pista una especie de equis separada dos metros de otra más. Es el arco de fútbol imaginario, de un estadio también imaginario, en un país donde lo bello parece ser siempre imaginario y no real.
Y de la misma manera, unas niñas dibujan con tiza en la vereda del parque unos cuadrados con una redondela al final, para comenzar a saltar en un pie, regresar y cumplir una parte del juego. Eso era común cuarenta, sesenta años atrás, donde todos los niños podían participar, sine exclusiones.
Se encontraban todos y compartían mucho, como el reto de competir sanamente, ganar y seguir más amigos que al principio, la alegría del momento, hacer equipos, pasarla con los amigos. Mientras tanto, en otras zonas las señoras de mayor edad sacaban sus sillas y las colocaban en la puerta de una vecina para ver pasar la gente, dar sus comentarios y saludar a cada quien, hasta tomar el lonchecito.
Así crecimos, así sonreímos… era un país divertido, con sus temas, con sus pobrezas, pero un país alegre.
Antes –hace mucho en verdad-, los políticos eran gentes de un gran respeto y admiración, aún a pesar de sus ideas y posiciones. Personas como uno, con ideas bien cimentadas y un buen comportamiento.
Pero vino otro Perú…
En el último proceso electoral sobretodo, hemos visto y escuchado un enredo de conductas y palabras “ofensivas y acusantes” que carecen de sustento y salvo pocas ocasiones, muy pocas en verdad, constituyen mensajes sólidos, exigencias de transparencia, pechaje necesario o esperanzas con fundamento.
Si el Perú realmente estuviera primero en el alma y en los corazones de quienes aspiran a gobernar, la sensación de enfrentamientos absurdos, de odios y violencia constante, no se harían costumbre con discusiones sobre detalles que no conducen a soluciones, sino a más peleas. Pero aun así, pelear entre demócratas, es parte de la lucha política. Sin embargo, pelear contra terroristas y sus defensores, es otro tema.
Por ejemplo, el actual gobierno está generando una economía complicada, un incontrolable desborde de informalidad, una “atractiva” delincuencia protegida por la impunidad oficial que se vuelve como un afán de vida, una exagerada y escandalosa promoción de la extendida corrupción en el aparato estatal que se complementa con programas sociales insostenibles en el tiempo, donde los que los dirigen son simplemente de lo peor, y además, la peor condena, tienen una carga de soberbia y lenguaje agresivo como oposición a la crítica que se les hace y la prensa entonces, se calla, se arrodilla, juega a su planilla..
En un país con estas características, es preciso que la unión haga la fuerza para recomponer el camino. Y esa unión debe venir de los demócratas con actitudes fuertes, no de poses de cobardes, no de marchas de jolgorio, porque es una guerra por la Libertad la que estamos viviendo.
Aquí no se trata de abandonar minorías que quieren -cada una- jugar su partido y abrazar su ego, sino de consolidar mayorías rebeldes, libertarias, con esperanzas. No se puede incluir sin una base amplia que establezca la primera fortaleza social de la Nación.
Tiene que marcarse el área del compromiso, se deben ordenar las prioridades, levantar la mirada y cada paso, cada salto tiene que ir hacia el resultado previsto o uno mucho mejor.
Recuerden: Los niños que juegan cada tarde en sus casas ahora, las niñas que con su sonrisa se divierten menos que antes, tienen miedo a las calles y al futuro, pero más a los políticos y al gobierno.
Una nación que merece un camino de esperanza, necesita el sueño de todos y no la pesadilla de algunos.