El Cardenal polaco Stefan Wyszyński (1901-1981) ha sido beatificado este 12 de septiembre. Tenía un conocimiento vago de su papel como primado de Polonia antes de la caída del Muro de Berlín, su cercanía y cariño a San Juan Pablo II y poco más. Vuelvo a interesarme en su figura al tomar conocimiento, hace unos meses, de su próxima beatificación. Encontré dos libros suyos en español “Diario de la cárcel” (Madrid, 1984) y “El espíritu del trabajo” (Madrid, Rialp, 1958).
El primero de ellos me abrió hacia la altitud y hondura de su personalidad y talante espiritual. El libro recoge sus apuntes durante los tres años de confinamiento a los que fue sometido por el régimen comunista de 1953 a 1956. Lo que encontré no fue un libro de reclamaciones por los malos tratos que padeció, sino un texto lleno de profundas meditaciones de orden espiritual, retazos de su oración en diálogo filial y confiado con Dios y un inmenso amor a la Virgen de Jasna Gora (Czestochowa).
Un hombre entregado a su ministerio sacerdotal dispuesto a “testimoniar a Cristo en la cárcel o desde lo alto del púlpito”. Ambas circunstancias son para él un solo e idéntico deber: “estar preso “por el nombre de Cristo” no es una pérdida de tiempo”. La prisión no fue obstáculo para cultivar su vida interior: celebración de la Santa Misa y demás normas de piedad cristiana. Organiza su tiempo, reza, lee, estudia, escribe y procura mantener el buen ánimo de su familia (papá y hermanos). De lo que sucede en el mundo exterior no sabe nada. Al dejar la prisión, recién se entera de las falsas acusaciones que sus captores habían propalado ante la opinión pública, imputándole que se oponía pertinazmente a las buenas relaciones entre la Iglesia y el Gobierno.
No hay en su diario amargura o resentimiento. Más bien, un diálogo con el Señor, lleno de meditaciones sobre el crecimiento espiritual en medio de las dificultades. Tan así que señala el “Te Deum”, el “Magnificat” y el “Miserere” como sus oraciones predilectas.
Al ser puesto en libertad, lo primero que hace es rezar el “Te Deum”, no porque haya sido liberado, sino para agradecer la misericordia del Señor que lo sostuvo durante esos años de prisión: “Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán”.
Cristo conocía el futuro de la Iglesia, dice Wyszyński. “Su profecía cuenta ya con precedentes: la cruz, las cadenas de San Pedro, la arena del circo, hasta nuestros días… ¿No es consolador dar testimonio de la verdad de las palabras divinas? Esta verdad, pese a llevarnos por un camino doloroso, nos hace libres. Cristo nunca dijo nada sin tener una visión exacta de la historia. Lo prueban veinte siglos de Evangelio”. Lo prueban sus padecimientos en prisión y durante el régimen comunista de Polonia y los sufrimientos de tantísimos pueblos cristianos, perseguidos; incluso, aniquilados, por su fe en Cristo en estos nuestros tiempos.
Es preciosa la oración con la se dirige al Señor en uno de sus apuntes. Escribe: “purifícame como purificaste a la Samaritana y a María Magdalena, la pecadora; dame tu mano, como se la diste a Pedro en alta mar; abre mis ojos, como se los abriste al ciego de Jericó; sácame de la tumba, como hiciste salir a Lázaro; déjame que te toque como le dejaste a Tomás; confirma mi fe y enséñame a orar, como se lo enseñaste a los apóstoles; dame el amor que diste a María, para que pueda amar, pues el amor es la virtud maestra de los seres del cielo”. Oración de un corazón contrito y humilde dirigida al Señor con la confianza de alcanzar las gracias que solicita. Las mismas peticiones que, en más de una ocasión, nos gustaría dirigir filialmente al Señor.
Resulta iluminador la reflexión que hace del corazón humano, que en no pocas ocasiones nos sigue sorprendiendo. Dice: “lo más desconocido del hombre es su corazón. Un corazón tan maravilloso, que el propio Dios quiere ganárselo. Un corazón tan fuerte, que resiste al amor del Todopoderoso. Un corazón tan frágil, que sucumbe a no pocas debilidades. Un corazón tan alocado, que puede subvertir orden y dicha. Un corazón tan fiel, que incluso la infidelidad subrepticia no logra abatirle. Un corazón tan ingenuo, que se entrega a cualquier clase de ternura. Un corazón tan inmenso, que encierra todos los contrastes; y esto en cada uno de nosotros y en un guiñar de ojos casi… Dios escruta los caminos más secretos del corazón. Por eso, en la cruz, el hombre abrió el corazón de Dios para conocer sus designios”.
El corazón humano encierra todos los contrastes de la existencia humana, de él nacen las expansiones gozosas del alma, en él anidan las alegrías y los sufrimientos del amor. En ese Corazón de Cristo, el apóstol Juan recostó su cabeza; a los corazones de nuestros seres queridos acudimos para recostar nuestros corazones heridos.
Decía al inicio que el Beato Stefan Wyszyński le tuvo una grandísima devoción a la Virgen María. De Ella nos recuerda que tomó parte en la Pasión de su Hijo. “Y, sin embargo, ningún artista la representa apoyada contra la cruz. Ella estaba en pie. A su alrededor, el mundo se tambaleaba. ¡Pero, quien la observara a ella vería que no vacilaba! Virgen Auxiliadora por siempre, su actitud fue el apoyo de todos los demás”.
La Virgen, ciertamente, estuvo junto a la Cruz de su Hijo cuando sus discípulos lo abandonaron. Estuvo de pie, dolorosa y firme, dándole piso a los que vacilaban y daban ya todo por perdido. Cuánta fe, cuánta fortaleza, cuánto amor, cuánta esperanza en esta escena de la Virgen. Beato Stefan Wyszyński intercede por nosotros.