Mi abuela y mi madre eran de Chota, Cajamarca, una tierra linda como ellas, un lugar de inspiración y encanto, donde todos los niños hacían del tiempo el momento para construir el progreso y el camino a las tierras del futuro. ¿Y cómo lo hacían? Jugando, con alegrías compartidas, labores de rutina y cumpliendo deberes en casa, en la chacra, en la escuela. Así era Chota, un espacio privilegiado cerca del sueño, con un largo camino verde y el cielo inmenso a la mano, celeste y limpio de día, lleno de luces y más limpio en la noche.
Les cuento esto porque de un tiempo a estas fechas, varios hijos de Chota –por lo menos dicen serlo-, han escalado en la política más que sus méritos en la vida y cada uno de ellos, ha hecho y está haciendo lo imposible por destruir al país, eso es lo que me impresiona y obliga a escribir esta pequeña columna que siempre agradezco en su lectura.
Por ejemplo, el más “alto” representante regional de Cajamarca pasa sus días de vejez entre los muros de una prisión a causa de numerosos delitos contra el pueblo, ese o aquél pueblo del que se ufanaba representar, pero para robarle, no encuentro palabras más elegante que escribir.
Cerca de él, otros tantos de nombres menos conocidos pero igualmente registrados en los álbumes de la corrupción socialista que envileció el poder en una región hermosa y llena de posibilidades, le acompañan allí o en otras tantas sedes penitenciarias; tantos son que sería larguísimo enumerarlos. Todos de izquierda por supuesto, todos revolucionarios, todos anti progreso y opositores de los principios de la Libertad.
La escuela del delito no se detuvo, pues con el tiempo, sus compañeros en el marxismo–leninismo, que militaban en estructuras sindicales, se hicieron de partidos políticos o se alquilaron con ese tipo de organizaciones para capturar el poder en la nación, usando las vías que la democracia imperfecta y generosa les bridaba, y vaya que lo lograron.
La idea central de estos señores de las izquierdas más extremas, no residía en llegar, sino en perennizarse. Eso se dijo, eso se advirtió y eso se permitió, cuando los del sector pro democracia se creyeron, cada uno en su ambición y locura, que podían ser los beneficados del voto ciudadano, logrando más bien dividirlo para abrir el camino al comunsimo en sus formas más modernas, en sus marcas comerciales de turno, ninguna por supuesto denominada como esa mala palabra “comunismo”.
Pero los ciudadanos no perdimos las esperanzas y creímos que aquellos que llegados al Congreso honrarían sus compromisos y ofrecimientos. Sin embargo, cuánta desdicha vemos a diario al corroborar que sólo fueron slogans, promesas y mentiras. Como diría una vieja voz: cobardías llenas de ternura, una soga en el cuello de la libertad.
Hoy, otro hijo de Chota llega a lo más alto de lo más bajo, convirtiéndose en un presidente impío, insustentable en algo que se diga ejemplar o medianamente elogioso. Hoy, otro desesperanzador se refugia en el silencio hacia fuera, mientras no deja de balbucear hacia adentro, conspirando, destruyendo, aniquilando posibilidades a todo un país que aun cree, tontamente, en alguna posibilidad de encausamiento hacia el progreso y el desarrollo.
Hoy se extraña a los mediocres, se añora al parrandero y al negociante, se necesita a cualquiera. A eso estamos llegando, porque quien está en la presidencia, no merece ni nombrarse como tal, aun siendo hijo de Chota, de la tierra de mi abuela y de mi madre.
Ilustración, Guayasamin, la expresión del dolor y la esperanza