Byung-Chul Han ha escrito “La sociedad paliativa. El dolor hoy” (Herder, 2021). Aunque tenía libros en cola, éste llamó mi atención a la primera: el dolor -como a tantísimos- me es familiar y llevo una larga temporada reflexionando sobre esta dimensión de la condición humana.
Dice Han que “hoy impera en todas partes una “algofobia” o fobia al dolor, un miedo generalizado al sufrimiento. También la tolerancia al dolor disminuye rápidamente. La algofobia acarrea una anestesia permanente. Se trata de evitar todo estado doloroso”. La sociedad neoliberal a la que alude ofrecería una vida de autorrealización sin fricciones. A la primera señal del dolor, vendrían los fármacos y las terapias. Lo que podría haber sido una falla del sistema liberal, se ocultaría con la privatización del dolor de corte médico y terapéutico.
En la actual experiencia del dolor, sostiene Han, “este se percibe como algo que carece de sentido. Ya no quedan sentidos referenciales que, en vista del dolor, nos brinden apoyo y nos den orientación. Hemos perdido por completo el arte de padecer el dolor. El tratamiento exclusivamente medicinal y farmacológico del dolor destruye el “programa cultural de la superación del dolor”. El dolor resulta entonces un mal carente de sentido que hay que combatir con analgésicos”. Debilitados o desaparecidos los anclajes o marcos de referenciales culturales, religiosos que solían dotar de sentido la narración humana, se comprende que el dolor no tenga ningún sentido. Sin anclajes culturales fuertes o sin sentido trascendente de la vida, no hay ni por qué ni para qué del dolor. Es lo puramente absurdo.
El libro de Han tiene chispazos luminosos que -en mi opinión- ayudan a comprender el dolor, pero me sabe a poco lo que dice: hay mucho dolor social en su propuesta, pero escaso dolor personal. El dolor es una realidad de la condición humana. Los sistemas políticos o económicos lidian con el dolor, pero no pueden con él. El mundo ideado por Gustave Thibon en su distopía “Seréis como dioses” se adelantó a ciertas propuestas transhumanistas que se proponen acabar con el dolor.
Thibon imagina un mundo en el que hemos vencido a la muerte, al dolor y al aburrimiento. Nada mal para ese mundo perfecto, salvo para Amanda. Pertenece a la primera generación de hijos inmortales con padres inmortales. Está comprometida con Helios, ambos se aman. Sin embargo, Amanda no acaba de ubicarse en este nuevo mundo de perfecciones. No hay enfermedades, ni dolor, ahora hay inmortalidad, ¿Pero hay también eternidad? ¿Hay espacio para el amor? ¿Tiene sentido hacer promesas? ¿Progresar en la vida consiste en eliminar el dolor de la existencia humana?
Byung-Chul Han se hace cargo de la inconsistencia del mundo perfecto y concluye que “una vida sin muerte ni dolor ya no es una vida humana, sino una vida de muertos vivientes. El hombre abjura de sí mismo para sobrevivir. Posiblemente llegue a alcanzar la inmortalidad, pero habrá sido al precio de la vida”.
En continuidad con Han, puede agregarse que, sin dejar de evitar y aliviar el dolor, conviene cultivar una pedagogía del esfuerzo que no rehúya del dolor y las dificultades, pues son el crisol de la vida lograda. Además, cuánto bien hace vivir la ética del cuidado para tender la mano y dar compañía al prójimo doliente. Una antropología sencilla que, año a año, la Iglesia Católica recorre a través de los tiempos litúrgicos del Adviento, la Cuaresma y la Pascua de Resurrección: gozos, dolores, luces y glorias que señalan el rumbo de la existencia humana.