Los planes lectores no, necesariamente, consiguen buenos lectores. ¿Cómo se llega a ser lector? ¿Cómo se consigue tener gusto por la lectura, disfrutar de un texto, pasar gozosamente tiempo, mucho tiempo… con un libro? Hay muchas respuestas y conozco muchos buenos lectores. Aprendí de papá el gusto por la lectura: un gran lector con una buena biblioteca compuesta de abundantes textos jurídicos y una considerable selección de literatura clásica de ayer y hoy. A eso se sumó las infaltables enciclopedias de la época escolar.
En estos días he leído un pequeño libro de Roberto Calasso, “Cómo ordenar una biblioteca” (Anagrama, 2021). “El lector verdadero, dice, está siempre leyendo un libro –o dos, o tres o diez y la novedad llega como una molestia –a veces irritante, a veces agradable, a veces incluso deseada– en el seno de esa actividad ininterrumpida. Donde, no sin esfuerzo, deberá conquistar un espacio, si no se cae antes de las manos del lector”. Lo de “verdadero” es demasiado pretencioso, pero a algunos nos pasa que manejamos muchos libros para los diferentes tiempos del día o de las ocupaciones. Libros para estudiar, libros sobre los temas que perseguimos, libros por el solo gusto de leerlos. Y así, como se dan temporadas de gloria, también las hay de sequedad: los libros están, pero ninguno consigue despertar el interés y entusiasmo del lector.
“Siempre he desconfiado -continúa diciendo Calasso- de quienes quieren conservar los libros intactos, sin ninguna marca de uso. Son malos lectores. Toda lectura deja una marca, aunque no quede ningún signo visible en la página. Un ojo experto sabe enseguida distinguir si un ejemplar ha sido leído o no”. Por delicadeza con el libro, suelo marcarlo con lápiz, hago una breve sumilla del texto marcado y escribo anotaciones en diálogo con el autor. Las bibliotecas personales hablan de sus propietarios. He visto varias de esas bibliotecas de miles de libros. Recorrerlas, ver los libros y autores coleccionados dan una visión en profundidad del lector que los acogió en sus estantes. Están los libros leídos, los usados para consultas puntuales y los que han quedado en la cola, pues el tiempo es breve, incluso, para el lector más avezado. El ojo experto, descubre, asimismo, los libros nunca leídos.
¿Hay una orden para una biblioteca personal? Me parece que no y me tranquiliza la propia experiencia de Calasso para quien “el orden de una biblioteca no encontrará nunca –no debería encontrar nunca– una solución. Simplemente porque una biblioteca es un organismo en permanente movimiento. Es terreno volcánico, en el que siempre está pasando algo, aunque no sea perceptible desde el exterior”. Una biblioteca viva se mueve y lo hace siguiendo el ritmo de su titular. No es sólo el número creciente de libros lo que pide ampliación y reubicación. Es el usuario y sus intereses quien organiza la disposición de los textos, de tal modo que la cercanía o distancia de los libros suele estar en proporción directa a los intereses del lector.
Los e-books parecía que harían desaparecer a los libros de papel, pero han logrado sobreponerse a esta amenaza. Ambos tienen sus particularidades, me mantengo amigablemente con unos y otros. Hay libros que sólo me apetece leerlos en papel, marcarlos, dejarlos aquí a allá. También, disfruto de los e-books y agradezco muchísimo las funciones que facilitan su lectura, fichaje, anotaciones. ¿Qué pasará en el futuro? Se me da bastante mal la profecía y sólo guardo la esperanza de que el libro de papel no desaparezca.