Nos reunimos con un grupo de jóvenes que brillan por su talento académico y su desempeño laboral, a fin de preguntarles algo muy simple y a la vez importante: ¿Qué debe suceder para que las cosas cambien en el país y no sigamos cada cierto tiempo eligiendo a los peores y apostando por que los reemplacen otros de igual calibre, ya que nadie quiere ensuciarse con esto de la “política”?
Las respuestas no fueron inmediatas, hubo muchos silencios y miradas al cielo o al techo, como en la escuela cuando de niños tratábamos de recordar lo que no sabíamos expresar.
De todo lo que se iba mencionando, valiosísimo sin excepciones, surgió un consenso como eje de todas las soluciones (porque se trata de un gran problema el vivir suicidándonos en cada acto electoral). La respuesta: participación.
¿Es posible –nos preguntaron- que nosotros los jóvenes participemos en la “política” cuando no se nos escucha, cuando se nos exige, sugiere o manipula para marchar o tirar piedras, bloquear calles y enfrentar a la Policía, mientras en las tarimas o estrados iluminados por los medios de comunicación se encuentran los mismos de siempre, los que incentivan odios y violencia en nombre de una supuesta verdad?
Aquí no hablamos ni de derecha ni de izquierda, sino de ultras en disputa, cavernarios en escena, retrógrados ardiendo para empujar a los jóvenes a cualquier rumbo, con tal de sacar réditos para los bolsillos de grupos políticos plenos de mercantilismo. Así es, no nos engañemos.
Aquí no caben ni “intis, ni brains”, “ni anti intis, ni anti braians” (para dejarlo bien en claro). Estamos hablando de participación para el liderazgo, el ejemplo, la conducta ciudadana, la actitud cívica. Eso que no ocurre, porque no se permite. De eso hablamos.
Y entonces, volvemos a la pregunta ¿Qué debe suceder para que las cosas cambien en el país? Pues partir de cero, limpiar todo, despejar el camino. ¿Y cómo lograrlo? Mediante el diálogo, hablando, convocando para escuchar, solicitando para unir, dejando de lado la soberbia esa tan repudiable de los que se creen “presidenciables”, cuando lo que hay que atender con urgencia es la vida de todos, el país de todos, la oportunidad de todos y no el altar de uno, o una que nadie quiere.
Los partidos están “partidos”, desarmados, desorganizados, divididos en cárteles de pugna permanente y eso no atrae, eso genera rechazo. Los partidos y sus autonombrados líderes carecen de discurso y agenda, son anunciantes de populismo, nada más. Son agentes del desorden y reclutadores del odio.
Por eso, la apatía, el silencio, el dejar pasar, se han convertido ahora una costumbre nacional, en un silencio que domina, en una cuarentena sobre el pensamiento y la Libertad para protestar, para indignarnos, para gritar en nombre de nuestros derechos fundamentales.
Hay que enceder el día –ya oscurecido-, hay que detonar la rebeldía construyendo mensajes, armando propuestas en base a ideas para tener caminos con evidencias.
Si permitimos que todo esto siga tan aburrido y sometido a los dictados de los pocos que deciden por muchos, la apatía se hará cobardía, el silencio será mandatorio y el dejar pasar simplemente será la tumba sobre la que descansen nuestros lamentos.
Participar es rechazar lo de siempre y poner las bases de lo nuevo, con valores y principios. La suma de ciudadanos, produce naciones fuertes. La pelea de compatriotas sólo reduce las esperanzas y hace eterno el odio y el retroceso.
Imágen referencial para ilustración, destacando a la artista sueca Cecilia Groning, en “Toscana pienne di vita”