El envejecimiento de la población y una urbanización creciente, junto con las migraciones, son tendencias del siglo XXI que están transformando nuestra sociedad, afectando las relaciones entre individuos dentro de la misma, y planteando nuevas necesidades y retos que tendremos que ir afrontando colectivamente.
Estos cambios trascienden la política y la vida grupal, conformando un hito como pocas veces ha ocurrido a lo largo de la historia, salvo en casos como los de las grandes “revoluciones sociales”.
Al referirnos al fenómeno del envejecimiento poblacional, en palabras de Kalache (2015) se trata de una auténtica revolución – la revolución de la longevidad-, fenómeno que aunque muy ligado al territorio sigue una tendencia global, afectando a casi todos los países, y de forma más acusada a los países de nuestro entorno.
Según datos del informe Perspectivas de la población mundial 2019: aspectos destacados de la ONU, en 2050 una de cada seis personas en el mundo tendrá más de 65 años, representando el 16 % de la población, y una de cada cuatro que viven en Europa y América del Norte podría superar esa edad.
El número de mayores de 80 se triplicará en el 2050
En 2018 y por primera vez en la historia, las personas de 65 años o más superaron en número a los niños menores de cinco años en todo el mundo. Además, se estima que el número de personas de 80 años o más se triplicará, pasando de 143 millones en 2019 a 426 millones en 2050.
Lamentablemente, la actual pandemia por COVID-19 ha tenido como consecuencia un descenso relativo de la esperanza de vida al nacer, debido a la alta incidencia de la enfermedad entre personas de edad avanzada, especialmente en entornos residenciales.
Cabe destacar que “en muchos países, más del 40 % de las muertes relacionadas con COVID-19 durante 2020 se han relacionado con centros de atención de larga duración, con una proporción de hasta el 80 % en algunos países de altos ingresos”, tal y como se recoge en el Informe de referencia de la OMS para la Década del Envejecimiento saludable (Infocop, 2021).
Tal y como ya se ha confirmado, la esperanza de vida media al nacer ha decrecido en España, situándonos en la actualidad por detrás de Malta en el ranking de los países europeos. En concreto, y según datos de Eurostat, la esperanza de vida al nacer en 2020 disminuyó en 1,6 años respecto al año anterior, hasta caer a una cifra próxima a la de 2012 (82,4 años), mientras que en 2019 era de 84 años.
Definir nuevas fórmulas de convivencia
En la actualidad, y durante los próximos años, tendrán que definirse nuevas fórmulas de convivencia y relaciones intergeneracionales, patrones de consumo, formas de ocio y tiempo libre, soluciones tecnológicas a la carta para personas con diferentes discapacidades, canales de información y comunicación adaptados, programas de educación y aprendizaje permanentes, así como otras cuestiones relevantes que tendrán como beneficiarias principales a las personas mayores.
En el Libro Blanco sobre Envejecimiento Activo (Instituto de Mayores y Servicios Sociales, 2011) ya se advertía que “la reestructuración de las edades es lenta, tiene sus raíces en causas del pasado, pero tendrá consecuencias revolucionarias en la vida de las personas, en la familia, en la economía, en las finanzas públicas e incluso en la geopolítica”.
En este informe se señala que el envejecimiento poblacional traerá consecuencias para casi todos los sectores de la sociedad, entre ellos el mercado laboral y financiero, la demanda de bienes y servicios (viviendas, transportes, protección social…), así como la estructura familiar y los lazos intergeneracionales.
El cambio social como consecuencia del envejecimiento poblacional es imparable y trascendente. La innovación social tendrá que contemplar a las personas mayores como grupo de interés y, por tanto, no solo como usuarias de servicios, sino también como parte implicada en la propia definición de políticas y servicios (tanto del sector público como del privado).
Este cambio social debe ser abordado desde diferentes disciplinas, tales como la economía, la política, la sociología, el derecho, la psicología, la educación, etc., representando un gran reto tanto para los Estados y las diferentes Administraciones Públicas, como para las empresas y la sociedad civil, agentes todos ellos que deberán incorporar en sus agendas la preocupación por las personas mayores.
Por parte de las empresas, “estas han ido comprendiendo la importancia de este segmento del mercado, con poder adquisitivo, informado, globalizado, con disposición a disfrutar la vida y demandante de bienes y servicios, entre los que se menciona el turismo, el ocio, los servicios asistenciales de todo tipo, los seguros médicos, los productos financieros, pensiones. Incluso muchos de los adultos mayores que se encuentran en buenas condiciones son quienes deciden acerca de los productos infantiles para sus nietos”.
Obligación de respetar, proteger y promover
Por su parte, los Estados, siguiendo a Huenchuan y Morlachetti (2007), han ido contrayendo obligaciones respecto a los Derechos Humanos, entre los que pueden citarse la obligación de respetar, de proteger y de promover.
- La obligación de respetar se centra en que deben abstenerse de interferir en el ejercicio de los derechos económicos, sociales y culturales consagrados en los instrumentos de derechos humanos.
- La obligación de proteger se centra en que deben impedir la violación de los derechos económicos, sociales y culturales por parte de terceros.
- La obligación de promover, por último, se centra en que deben realizar prestaciones positivas para que el ejercicio de los derechos no sea ilusorio.
A pesar de que las personas mayores tienen los mismos derechos que cualquier otra, incluido el derecho a la no discriminación (recogidos en el artículo 26 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y en el artículo 2 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales), no existe una consagración de derechos tales como, por ejemplo, existe en relación a la infancia o a las mujeres.
Por tanto, se torna necesario tomar conciencia y actuar ante los cambios demográficos, sociales y económicos que genera el aumento de la esperanza de vida. Esto conlleva asumir nuevos modelos de pensamiento que permitan incorporar la preocupación por las personas mayores como parte de la responsabilidad social en las distintas organizaciones e instituciones, tanto públicas como privadas. En definitiva, se trata de actores fundamentales que ocupan un espacio propio dentro de nuestra sociedad.
Sobre la autora: Psicología social, Universidad de Huelva, España. María Isabel es Profesora Titular de Psicología Social de la Universidad de Huelva desde 2001, donde es docente desde 1995. Doctora en Psicología por la Universidad de Sevilla (1996) y Máster Universitario en Sostenibilidad y Responsabilidad Social Corporativa por la Universidad Jaume I de Castellón y la Universidad Nacional a Distancia (2021). Actualmente se desempeña como Directora del Máster Universitario en Investigación e Intervención Psicosocial en Contextos Diversos por la Universidad de Huelva. Una de sus líneas de investigación preferentes se centra en la promoción del envejecimiento activo y saludable, tema sobre el cual ha dirigido trabajos de investigación y publicado varias monografías.
El presente artículo fue publicado originalmente en The Conversation www.theconversation.com
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