En la ciudad de Lima se recuerdan nombres de algunos alcaldes distinguidos por su talento y su obra, aún con el paso del tiempo, como Luis Bedoya Reyes, Eduardo Dibós Chappuis, Eduardo Orrego Villacorta, Alfonso Barrantes Lingán, Jorge del Castillo, Ricardo Belmont y Luis Castañeda Lossio. Entre ellos y su desempeño como burgomaestres de la capital peruana, hubo un tiempo oscurísimo en el que se designaron nombres al servicio de la dictadura militar que irrumpió en contra de las libertades ciudadanas y el ejercicio de la democracia. Esos nombres el tiempo los ha enterrado.
En Lima, la ciudad de todos y para todos, el encuentro nacional al que se aspira a llegar desde los rincones de la patria, hubo una fuerte sensación histórica por ser esa especie de país que se diferencia del resto de la nación. Y es por ello, entre otras razones, que en las provincias se miró con enfado o desdén a los limeños, pero no a la ciudad que siempre fue, es y será la maravilla a la cual se debe de llegar para crecer.
La visión de gobierno municipal ha sido una parte escencial en la historia de Lima, ya que desde Lima y con Lima se inician en el país los cambios que otras urbes requieren, siempre es así. Por ejemplo, la palabra “Vía Expresa” es un formato, una promesa que en muchas campañas electorales los candidatos de Cusco, Huancayo y Trujillo hicieron levantar como su bandera de acción municipal. Tener su propia Vía Expresa era un ideal y a la vez, el ser considerado en su tierra como “un Luis Bedoya Reyes” se convertía automáticamente en objetivo de trascendencia personal.
Y del mismo modo, cada quien desea un Parque de las Aguas, parques temáticos, una bienal, calles peatonales, circuitos para deportes y vías para ciclistas, zonas adornadas por flores multicolores y obras de impacto en cada ciudad. Lima en consecuencia, inspira al país aunque el país se niegue a devolver esa inspiración a los limeños, acusándolos de todos sus males y dolores, de sus propias postergaciones y de sus propios errores.
Con los sueños y pesadillas que han transcurrido, Lima ha sufrido otro embate en paralelo: el de los gobiernos, de casi todos los que han pasado. Llenos de envidia y recelo porque el paso seguro de un Alcalde de Lima a la candidatura presidencial lo inauguró Bedoya, pero sin suerte, tanto Belmont, Barrantes, Andrade y Castañeda se empeñaron en romper esa maldición (ya no tradición frustrada) también sin éxito.
Y he allí un error muy humano que hay que señalar: Lima se detuvo en el tiempo cuando sus alcaldes miraron otros objetivos más allá del servicio al vecino de su entorno y por eso, el país no los reconoció para esa aspiración, porque fuera de Lima hay un egoísmo contra lo que sea éxito limeño, aunque a sus ciudadanos les desespere imitarlo en sus ciudades.
El tiempo ha golpeado a Lima, no la ha condenado. El tiempo debe devolverle a Lima alcaldes que sean ejecutores y gestores, como los nombrados en estas líneas, personajes que la historia destacará siempre como Señores Alcaldes de una Lima eterna, una Lima agradecida.