Estos últimos días, regresaba de un viaje por los Andes chileno-argentinos buscando información sobre la violencia que viven amplias zonas de producción forestal y agrícola, cuando en un café necesario, en medio de tantas tensiones, me puse a leer la entrevista que le hace al presidente Castillo, alguien que alguna vez fue un buen periodista y hoy en día se ha convertido en un felpudo, para decirlo con cierta elegancia y evitar palabras rastreras que no alcanzan la pequeñez de ese sujeto que acaricia el poder y traiciona su profesión.
Pero en estos momentos, al estar cercano el fin de la jornada para los que no tenemos interrupción en la dedicación de informar y comunicar, me siento asombrado de ver a alguien que pasó justamente por las aulas de ese minúsculo redactor -no por el tamaño de su estirpe, sino por lo insignificante de su valor-, y es asombroso que alguien evidentemente fuera de sus cabales ¿ebrio tal vez, incentivado por algo, tal vez? se rinda tanto ante Don Nadie, como lo llama nuestro Director.
No creo, me resisto a creer que el dinero sea superior a dos largas vidas de buen o mal periodismo, pero al fin de cuentas, periodismo peruano en cada uno de ellos.
Sí creo, me reafirmo en mi opinión personal, que algo que se pudre y se quiere curar, justifica en ese nivel y en esa amoralidad, cualquier servicio a cualquier precio. Lo estoy explicando, no lo estoy justificando.
Y vamos a una tercera nota: el contaminante derrame del servilismo en el periodismo peruano, es como aquél que ha dañado el Mar de Grau y sobre el cual no existe ni una sola acción, tarea o responsabilidad de reversión, como si el delito siguiera siendo extendido a puerta abierta.
Un país “herido en el alma, abandonado en el corazón” necesita urgentemente respuestas amplias, enérgicas, valientes, decididas. Un país “que se inclina al delito, la corrupción y la impunidad” no puede seguir así, camino al fin de sus días y de sus noches.
El periodismo en el Perú ha sellado su imagen de cadáver; no tengo ni he tenido nunca tanta vergüenza en mi vida, como hoy que sigo llamándome periodista y quisiera tener otro nombre para sentirme orgulloso de lo que fue una digna profesión, un hermoso camino, una entrega a la Libertad y al llevar la frente en alto y la espalda erguida, caminando siempre de la mano con la verdad.
La vergüenza, el asesinato del periodismo peruano ha ocurrido, en manos de dos ejecutores viles, vendidos al poder y al dinero sucio.