El pacto conyugal es el compromiso donde los dos se entregan mutuamente como marido y mujer. Es darle al otro parte de su vida, de allí se desprende la unidad: “una sola carne” y nace un deber de fidelidad entre los dos. Ellos no son solo dos cuerpos, sino personas destinadas a la comunión con Dios y con las otras personas. La familia es una comunión de amor.
La familia es la célula básica de la sociedad, es el motor de la vida económica y de todo el movimiento social que exigen los trabajos. Hay que tener en cuenta que las relaciones familiares son las más fuertes y estables de la vida humana.
La familia es el ámbito educativo más importante para el desarrollo y la salud de las personas. Además es la Iglesia doméstica donde todos los seres humanos aprenden los elementos básicos para crecer en la fe y en el amor a Dios.
La gran fuerza de la familia cristiana
La familia es la principal fuerza y el principal antídoto frente a las desviaciones sociales en temas de moral y costumbres que invaden la sociedad en los tiempos actuales.
Estas desviaciones, que constituyen un retroceso cultural, pueden resumirse en los siguientes puntos:
- Una mentalidad puramente naturalista o biológica que tiende a rebajar la sexualidad a lo genital.
- Una mentalidad libertaria que cree que este es un campo para el capricho personal.
- Las utopías políticas de los totalitarismos que intentan sustituir la unidad familiar por el amor libre.
- La revolución sexual que trasgrede las leyes morales del sexo.
- La liberación de las costumbres con medios anticonceptivos y fecundación artificial.
- La ideología de género basada en una antropología errónea del ser humano y en una falsa libertad. (Vid. Juan Luis Lorda, Antropología teológica, pp 278).
La cultura de la vida que defiende a la familia
El interés particular de uno de los esposos no puede estar por encima del vínculo conyugal que los une. El liberalismo radical tiene una visión individualista y parte siempre de los derechos de los individuos. Considera que la vida sexual es una cuestión privada y la satisfacción sexual un derecho que toda persona debe ejercer.
La Iglesia no defiende unos privilegios o una manera particular de ver la vida, defiende el bien común frente a planteamientos muchas veces egoístas y disolventes.
El cristianismo es una cultura de la vida, mientras que el liberalismo radical fomenta una cultura de la muerte, cuyos frutos están a la vista (San Juan Pablo II)