“Soy partidario de una política apolítica. De una política que no es ni una tecnología, ni una organización de la humanidad por medios cibernéticos, ni un arte de la utilidad del artificio y de la intriga. La política, tal como la entiendo, es una de las maneras de buscar y lograr un sentido en la vida; una de las maneras de proteger y de servir a ese sentido; es la política como moral actuante, como servicio a la verdad, como preocupación por el prójimo, preocupación esencialmente humana, regulada por criterios humanos”. Así se expresaba Václav Havel (1936-2011) en un discurso de 1984. Llegó a ser el primer presidente de Checoeslovaquia a la caída del Muro de Berlín en 1989 y, también el primer presidente de la República Checa al desmembrarse aquélla; nada mal para quien fue un abanderado del poder de los sin poder: https://tertuliaabierta.wordpress.com/2011/12/21/vaclav-havel-etica-y-politica-hermanadas/#more-359
Un reciente libro de Havel, “Sobre la política y el odio” (Rialp, 2021) me trae a la memoria las ideas de este intelectual checo, político a pesar suyo. Volver a leer textos suyos en el actual entorno político peruano e internacional lleva a decir a la primera: “pero, qué dices, Václav, estás hablando de una política propia del paraíso terrenal”. ¿Sentido de la vida? ¿Verdad? ¿Moralidad? ¿Preocupación por el prójimo concreto? Todos estos valores son, precisamente, los que brillan por su ausencia en la práctica política de nuestro tiempo.
¿Ingenuidad política la de Havel? No, es volver a recuperar la dimensión personal y ética de la política, aquella “que viene del corazón y no de una tesis”. La “cultura de la sospecha” en la que estamos instalados actualmente ha roto la confianza de unos y otros: mentiras van, mentiras vienen. “El sistema, la ideología y el aparato han expropiado a gobernantes y gobernados, han despojado al hombre de su conciencia, de su razón y de su lenguaje naturales y, en consecuencia, de su humanidad concreta. Los Estados se asimilan a las máquinas. Los hombres se transforman en conjuntos estadísticos de electores, de productores, de consumidores, de enfermos, de turistas o de militares. El bien y el mal —como categorías que provienen del mundo natural y, por tanto, supervivencias del pasado— pierden todo sentido real en política; el único método es la utilidad; el único criterio, el éxito objetivamente verificable y cuantificable”. Sí, cinismo desembozado, oportunismo puro.
Un panorama desolador el descrito por Havel y pareciera que nos estuviera leyendo cuarenta años después. Vemos la actuación de muchos de los políticos instalados en el aparato estatal o sus aledaños y nos encontramos con afirmaciones falsas, silencios cómplices, distorsiones del lenguaje, intrigas, evasivas maliciosas, segundas o terceras intenciones; discursos y declaraciones pensadas para la tribuna, autocensura para evitar los linchamientos mediáticos. Hay de todo, pero falta lo más importante, la integridad ética. Decir la verdad, no mentir; ser sinceros, no hipócritas; ser sencillos, no retorcidos; etc. Todo esto es ética personal, esfuerzo por ejercitarse en las virtudes, voluntad de hacer el bien y evitar el mal.
Víctor Andrés Belaunde decía en 1914 “queremos Patria”, ahora en el 2022, en el actual escenario político se me ocurre que podría decirse: “queremos verdad, sinceridad y transparencia”. ¿Una utopía? Quizá, no sin una gran carga de esperanza.
Imagen eferencial, voxeurop.eu