por Yolanda Couceiro
En definitiva, la realidad se sustituye por la ideología, y no se puede ir más allá de eso. Si la realidad choca con la ideología, es la realidad la que está mal, o es tu percepción de la realidad la que está mal, pero nunca la ideología. Y no hay más que un camino para salvarse: reconocer que es la ideología lo que está mal, y que por tanto no sirve.
Un ejemplo metafórico de lo que quiero decir: en los medios nos repiten una y otra vez que “el fuego moja”, “el fuego moja”, “el fuego moja”… Pero cuando la casa se quema por acción del fuego, la gente que creyó lo que decían los medios se encuentra en un conflicto entre la realidad y la ideología: si el fuego moja ¿por qué se ha quemado la casa?
En vez de concluir que es la ideología la errada, que ésta es una mentira, que nos han engañado, concluyen que la realidad está mal: este fuego era “un caso aislado”, este fuego ha sido “un hecho puntual”, este fuego “estaba en tratamiento psiquiátrico”, llevando al colmo del absurdo mí ejemplo.
El lenguaje se ha convertido en la nueva arma de estupidización masiva, y los medios en los ejecutores, al estilo más puramente orwelliano, de este nuevo orden en el que los valores están pervertidos.
En realidad esto es una “neolengua”, es decir, un lenguaje no oficial, cuya única finalidad es la manipulación de las personas.
Ejemplo: por obra y gracia de los medios, el terrorista es una pobre víctima de las circunstancias, de sus creencias, de la manipulación de sus líderes, y hay que tratarlo como tal, es decir, como víctima.
Si alguien plantea que un terrorista es un asesino, y que como tal debe ser tratado, no faltarán medios que lo tachen de intolerante, de insolidario, de fascista… Si se demuestra que una mujer maltrata a un hombre y se cuestiona la ley de violencia de género (por discrimatoria con la mitad del género humano, los hombres), en seguida saltarán a la yugular de quien lo haga, porque no interesa reconocer que hay hombres maltratados también: eso no se traduce en subvenciones.
El Sistema se defiende a sí mismo de una doble manera del pensamiento crítico, disidente y racional: si alguien acaba ejercitando sus neuronas y ve que nos están engañando, que la realidad no es la que nos cuentan, ya está previsto lo que hay que hacer. Primero, como a los pecadores públicos de antaño, colgarles un sambenito al gusto actual: “fascistas”, “xenófobos”, “racistas”, etc.
Ante esta perversión/subversión de valores no hay mucho que hacer. O la gente se da cuenta de que la están manipulando y engañando (no sólo falseando la realidad, sino con el uso del “neolenguaje” que he explicado) o no hay nada que hacer.
Ya decía aquel sabio que es mucho más fácil engañar a la gente que convencerla de que están siendo engañadas.