La política peruana descansa sobre improperios y la sinrazón, hasta convertirse en un serie de humor y dramas que todos los días se renuevan, que todos los días van cayendo en lo absurdo y lo paradójico. Lo triste de esto, reside en que los ciudadanos lo aceptan como natural, como parte de sus vidas.
Minimizar el daño es una costumbre nacional, rechazar lo estruendoso de las crisis es preferible. No causa asombro –por ejemplo-, que un grupo parlamentario que se dice de oposición, se haya convertido hoy mismo en el garante del nefasto e impresentable Ministro de Salud, incentivando que se le concedan treinta días más en el cargo, a fin que demuestre sus habilidades para la gestión pública.
Se extraña aquel tiempo en que había partidos políticos organizados, liderados por gentes que asumían la representación de sus ideas y propuestas convenciendo, educando, informando, señalando los beneficios de cada iniciativa y también, siendo amplios en concertar con los demás. Tiempos en los que Luis Bedoya, Fernando Belaúnde, Victor Raúl Haya de la Torre, Alfonso Barrantes y cada colectividad que los respaldaba, tenía sustento doctrinario o una ideología que servía de plataforma para atraer militantes. Los partidos tenían estructuras, dirigentes, líderes a nivel nacional, cuadros de respaldo y asesoramiento.
Hoy en día, no existen partidos políticos, sino grupos de interés para cada proceso electoral. No poseen ideas, sino slogans, no tienen propuestas, sino demagogia a raudales. Es el populismo más ruin el que los adorna, es la oportunidad del enriquecimiento ilícito la que los anima a participar y en esa tarea, desplazan a gentes buenas, a personas que pensaban servir al país, a ciudadanos que creían estar dando un aporte de civismo. Por eso decepcionan y asquean los partidos políticos peruanos. Al igual que los sindicatos y hasta algunos gremios o colegios profesionales que languidecen o se extinguen en peleas de la propia orden que los agrupa.
Hagamos un paralelo para entender mejor:
Cuando uno ve que sobre la vereda hay una cáscara de plátano, no la pisa porque sabe que puede resbalarse. En ese sentido, los partidos políticos son expertos en colocar miles de cáscaras cubiertas de una capa delgadísima de pintura, simulando la vereda, para que los ciudadanos resbalen. Todos lo sabemos y a pesar de eso, pisamos y resbalamos sobre las mentiras, sobre la demagogia, sobre las promesas y el populismo que venden en cada temporada electoral los partidos del fracaso, del engaño y la mentira, los del robo, la corrupción y la impunidad.
¿Y porqué resbalamos, porqué pisamos para resbalar, sabiendo lo que va a pasar? Porque seguimos siendo fáciles creyentes, ilusos confiados, eternos buenas gentes o como decía el buen Sofocleto, un país de cojudos.
Pero -preguntaron al humorista-, si somos tantos los cojudos, ¿Porqué no formamos nuestro propio partido?
¿Se dan cuenta cuál sería la respuesta?