La verdad ahora pierde legitimidad con las encuestas encargadas directamente por los gobiernos o indirectamente pagadas por grupos algunos de poder. Esa es la impresión que tenemos muchos ciudadanos y también, es la preocupación que nos dejan los resultados observados, lamentablemente.
Resulta incomprensible que por ejemplo, dos supuestos candidatos a la presidencia de la República, tengan un imaginario y abrumador respaldo en la intención de voto futuro, teniendo como antecedente que ninguno de los dos ha logrado en varios años de recolección de firmas, ni siquiera acercarse a una mínima parte de lo exigido por ley.
Y peor aún, no logran demostrar una organización administrativa, financiera y de movilización que nos haga ver su esfuerzo, transparencia y honestidad.
De esa misma forma, nos asombramos cuando inventan algo así como las encuestas del poder y justamente son los rechazados por el Pueblo, quienes resultan señalados como los principales ejemplos o la personificación de algún gran poder que ni nos afecta, ni nos interesa, porque no lo sentimos digno de respeto. Así es la evaluación que no miden las encuestas de algunos y los análisis de otros, también relacionados con esos indicadores abstractos.
Sin embargo, olvidados los pobres, olvidadas las clases medias y los trabajadores, también hemos terminado contaminados en el olvido de la verdad, la real y la histórica, la que nos revela el dolor de antes y la angustia de hoy. Por eso, estamos tan divididos entre lados irreconciliables, sin darnos cuenta que esas divisiones son producto de pasiones y no de verdades.
Un país de enormes recursos, talentos y posibilidades de progreso y desarrollo no puede estar en manos de tantos sinvergüenzas toda la vida. Y si es necesario, hay que acabar de una vez con todos esos que hieren constantemente el alma de la nación.