Muchas veces nos ponemos a pensar y reflexionar sobre cómo es posible que un país tan maravilloso, increíblemente bendecido y extraordinariamente diverso en gentes y riquezas, sufra tantos golpes de sus propios hijos, tantas heridas de su propia gente, que aún en estado de coma, siga respirando el aliento de la esperanza para gritar nuevamente que se levanta, que resurge, que inspira y construye. Es paradójico que teniendo todo, destruyamos todo.
Estamos sometidos al imperio de la ineptitud y de la mediocridad –lo aceptamos como una costumbre pegada a la piel-, estamos silenciosamente entregados a la dictadura del conformismo, al “no pasa nada, mañana será otro día” y ese día nunca llega a nuestras puertas, se ahuyenta de nuestros corazones.
No se trata de ideas o de propuestas, porque abundan y las desechamos. No se trata de diálogo ni de entendimientos, porque asustan y no nos escuchamos, no nos hablamos, sabemos más del que no sabemos nada. Pareciera que en el fondo de cada uno existe algo así como “que venga alguien, quien sea y que ordene lo que sea, pero que decida” y eso, es inconcebible, inaceptable, quita la esencia de la ciudadanía, destruye la personalidad, extingue la Libertad.
Muchos se preguntan qué es lo que se debe de hacer y no se miran en el espejo de la dolorosa realidad que nos grita “haz algo, hazlo tú”. Por eso esperamos que otro dé el primer, el segundo, el tercer paso. Y cuando ya se dieron los malpasos, volvemos a la misma pregunta inicial: ¿qué es lo que se debe de hacer?
Me dicen que no lo repita, pero cuando lo hago, se enciende un debate que me alienta más y siento que voy por el rumbo correcto –vanidad aparte-, el mío por supuesto.
El deseo de ser un país a la deriva existe en la mente de los peruanos como una forma de menosprecio hacia sus semejantes; y en ese pensamiento tan irracional que nos dice “mientras a mí me vaya mejor, que a ti te vaya peor”, seguimos en lo mismo, divididos en el rumbo. Existe por eso –qué pena decirlo-, un deseo en el que ser mejores que otros a cualquier precio, se justifica. (Envidia y superposición de valores se llama).
Me dicen, me dirán, me increparán “qué duro eres Ricardo”, pero es la verdad, sino, demuestren lo contrario.
El Perú jamás ha estado como ahora, tan lleno de complacientes, de adulones y cobardes, de convictos y confesos del delito gobernando y protegidos por otros convictos y confesos desde los medios de comunicación.
¿Y qué haces frente a eso? Usas tu tiempo y tus espacios solamente para los que dicen ser tus amigos y los que dicen sentirse en familia, o para mostrar tus bienes materiales, o para gastar en tu provecho sin invertir en tu protesta, en tus reivindicaciones, en tus iniciativas… sí, en aquello que ahora, como ayer y como mañana debería ocupar todo tu tiempo libre para reencauzar al país, a tus amigos, a tu familia, porque el tiempo del espacio libre se está acabando, porque el tiempo de la paz se está terminando, porque la Libertad nos la están ahorcando y seguimos felices jalando la cuerda que nos asfixia… y no hacemos nada hasta después, cuando no seamos nada, otra vez.
La Libertad y una mejor Democracia necesitan horas de lucha imparables, consecuentes, abiertas, que nos incluyan a todos los que sentimos la Patria como el fluído de la sangre, como el grito de la hermandad, vencedores sobre la ira y el resentimiento.
La tarea es ahora, no mañana.