No es ningún secreto y tampoco es, por lo menos en términos contractuales, un delito, pero constituye una afrenta, una cobardía, un acto pleno de inmoralidad el que un sector de los medios de comunicación se encuentre desde hace décadas entregado de brazos abiertos a vivir, a financiar sus presupuestos y Dios sabrá que más, con dineros provenientes del Tesoro público, de nuestros impuestos, del dinero que debería estar destinado a la formación cívica de los peruanos y no, a su destrucción como ciudadanos, en base al imperio de la desinformación y la manipulación de la verdad.
No es ningún secreto y tampoco es un delito revelar que existen varios grupos empresariales que dominan medios de comunicación, hacen negocios privilegiados con el Estado -representado por el gobierno en esos actos irregulares, en nuestra opinión-, y “a cambio de” sirven de ventilador de adulaciones, generación de aplausos y serviles defensores de cualquier cosa que sus socios desde el poder les piden, o mejor dicho, les ordenan (y éstos medios, lógicamente aplauden y cada aplauso es un millón más en sus alforjas).
Todo esto que sucede, que es evidente, que todo el mundo lo sabe y nadie -de los que pueden y deberían hacerlo- lo denuncia ni detiene, es parte del paisaje peruano, de cada día y de cada noche.
Y viene la pregunta ¿qué hacemos Ricardo?
Es muy simple. No los lean, no los compren, no los comenten, no le digan a sus amigos y enemigos “mira lo que ha puesto el diario del tunel”, “mira al adefesio de la radio del ascensor cómo miente”, “mira a esos de tal página web cómo distorsionan los hechos…”. ¿Para qué mencionar a la suciedad del periodismo, si podemos limpiar las redes, nuestro control de TV y nuestras vidas obviando el crimen de hacer de la mentira la noticia que parece ser verdad y no lo es?
Mientras más hambre y miseria hay en el Perú, crece el hambre delictivo del aprovechamiento de las angustias ciudadanas. Mientras más miseria se extiende en el Perú, crece la terrible miseria del mal comportamiento de una prensa atolondrada por sacar provecho de cualquier nimiedad, de cualquier tropelía, de cualquier escándalo de la farándula (si es que no es un acto también de manipulación, un sicosocial donde cualquier enajenado vende su imagen a cambio de dinero, por lo que sea, no les importa, no tienen honor ni dignidad para alquilarse a esos “trabajitos” que caen de vez en cuando).
Periodismo miserable, periodismo queriendo engullir nuestros impuestos, periodismo cercenando libertades, destruyendo la débil Democracia que aún subsiste. Y nosotros, nosotros lo permitimos porque callamos y no nos revelamos.
Los medios con sus medios, no con mis impuestos. Ni un solo centavo debe ir a los medios de comunicación o a sus negocios paralelos, nada, cero.