La incompetencia, la mediocridad y la ineptitud a veces se visten de ociosidad, lentitud o conchudez inclusive, para mostrarse a los ojos de los ciudadanos como una especie de esfuerzo reprimido, como una especie de intenciones buenas, pero sin resultados.
La frase “a pesar de, no me dejaron trabajar”, constituye la respuesta clásica de los que habiendo surgido en una elección ciudadana, no fueron ni el 1% de sus promesas, ni el 1% de las esperanzas que alguna vez sembraron en las noticias.
Lima no tiene alcalde ahora, pero parece que hace años no lo tuvo. El Perú no tiene presidente ahora, parece que hace varios lustros se reemplazó esa posición de servicio por una ubicación de impunidad. Los garantes de la corrupción se adueñaron de los cargos públicos y nadie protestó para limpiar el escenario de la podredumbre, solamente se lanzaron algunas frases, algunos tuits, algunos comentarios en reuniones improductivas. Esa es la realidad dolorosa y evidente, sin maquillajes.
La ciudad capital más importante del pacífico se hunde en el silencio, en el desorden, en la ambigüedad de no hacerse nada y dejar que se haga de todo, pero fuera de la ley y fuera del respeto al vecino y su familia.
No tenemos gobiernos locales eficientes, sino cárteles electorales subidos en el ruedo político, tratando de sacar oreja y rabo de una corrida delictiva. Nadie, absolutamente nadie tiene un respaldo significativo, como sí lo tuvo Alberto Andrade, por ejemplo, o en su momento Luis Castañeda o Luis Bedoya e inclusive Alfonso Barrantes, alcaldes, ejecutores, polémicos, ciudadanos.
El señor Muñoz ha culminado, por decisión del Jurado Nacional de Elecciones, una gestión que nunca comenzó, ni siquiera como imaginación o sueño. Más bien, de sus sueños y ahora pesadillas, ha sido despertado para decirle que debe irse, en un triste final, de un triste recuerdo, de un triste inicio.
El señor Castillo anda por esos sueños, pero de forma agresiva, pesadilla de odio hacia los demás –así se le llama-, obsesionado, con ira y resentimiento, sin hacer obra, más bien, destruyendo la peruanidad.
Hoy que vemos que es posible sacar a quien no hace nada, es posible generar caminos de invitación al retiro o presión a la salida del gremio de la mediocridad, la ineptitud y la impunidad.
El gobierno debe irse, el congreso tiene que renovarse, la Libertad debe recuperarse como ideal y el trabajo por una mejor democracia tiene que ser una tarea imparable para permitir que nuestros hijos vean el país que nuestros padres construyeron, y no el desastre que ahora tenemos, sobreviviendo aún, pero desastre de vida en medio de la ira que el comunismo sigue sembrando, en alianza con los medios de comunicación que se sirven de nuestros impuestos.