Sin desconocer que el corazón y la historia tienen zonas tenebrosas, disfruto más las lecturas que se abren a la esperanza. Cuando me encontré con “Pensadoras del siglo XX. Una filosofía de la esperanza para el siglo XXI” de Iván López Casanova lo coloqué delante de otros libros en cola que aún esperan su turno. De varias de ellas ya había leído algunos de sus escritos e, incluso, alguna biografía. Edith Stein y Hannah Arendt me son bastante familiares. A Simone Weil le estoy entrando trabajosamente y no deja de fascinarme su vida y libros. De María Zambrano solo me sonaba el nombre.
Ha sido un bonito descubrimiento acercarme a su “razón poética”. La psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross es una pensadora de la que no tenía noticia. Sus escritos sobre los umbrales de la muerte y la misma muerte son inquietantes. Trabajos realizados no sólo en horas de escritorio, sino en el mismo borde de la cama de pacientes terminales.
El libro se deja leer con facilidad. El común denominador es que en todas las escritoras emerge la esperanza a pesar de los tiempos duros que les tocó vivir. Hay pensamiento profundo, escenas de dolor, denuncia del horror en más de un caso, pero no hay en sus escritos ni en sus vidas huellas de amargura o desolación. Claramente son pensadoras animantes para este nuestro siglo XXI tan cargado de desaliento y sombras.
El capítulo dedicado a Edith Stein no me convence: se pueden decir de ella cosas más luminosas que las que dice el autor. En cambio, los dedicados a Simone Weil y a Hannah Arendt son muy sugestivos. Simone Weil (1909-1943) es el corazón que sufre. Desde pequeña mostró una gran compasión por el dolor de su prójimo. A lo largo de su corta vida padeció las mismas penalidades del obrero en las fábricas. Para pensar las condiciones del mundo industrial, vivió como un trabajador más, exigiéndose más allá de sus mismas fuerzas. Sus estudios universitarios le dieron una formación amplia. Se manejaba con facilidad en la antigüedad clásica como en el pensamiento moderno. De origen judío, pero sin práctica religiosa en activo, despierta a lo trascendente a raíz de una experiencia mística con la presencia de Cristo. Así lo cuenta al padre Perrin, sacerdote católico con quien se cartea en los últimos años de su vida. El libro póstumo que éste último publicó, con los apuntes que ella le dejó, lo llamó “La gravedad y la gracia”. Gravedad, peso que nos jala a la tierra y gracia que nos eleva hacia las alturas, más allá de nuestras posibilidades meramente humanas.
Hannah Arendt (1906-1975) es todo un personaje. El autor se refiere a ella como el corazón que comprende: es un buen apelativo. Toda su vida es una continua búsqueda de la comprensión. Ha dejado reflexiones finas sobre la libertad de la acción humana, la promesa, el perdón, la apertura del futuro, la banalidad del mal, la amenaza de los totalitarismos antes y ahora… El individualismo, la reducción de nuestros intereses, el acostumbrarse a las prácticas inmorales, el retirarse o refugiarse en los cuarteles de invierno son actitudes que Arendt señala como el camino hacia el resurgir del totalitarismo. De ahí que uno de los mayores males a los que estamos expuestos sea la indiferencia a lo que sucede en el espacio público. Esta abstención es el caldo de cultivo para todo tipo de autoritarismo. ¿Cómo rompemos esta inercia empobrecedora? Su respuesta es clara: la natalidad, una apuesta por la novedad de la vida abierta al futuro y a la esperanza.
Mujeres de la esperanza, curtidas en el dolor, ajenas a la amargura, fuertes y compasivas; son pensadoras para el siglo XXI.
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