No sé mucho de fútbol, pero tengo en mi sangre hirviendo la emoción de los hinchas que veo en calles y estadios con una pasión contagiante, con una energía que no tiene límites y siento a la vez, unas ganas inmensas de trasladar esas fuerzas a la lucha por una mejor democracia, por una mayor libertad y no encuentro cómo hacerlo. Eso me apena porque no pudimos clasificarnos al Mundial –estando en un repechaje, estando en la última oportunidad- y, no podemos aún vencer a un rival que juega sucio como los dinámicos del centro y los caviares, que usa a los árbitros de esa FIFA llamada ahora OEA con su VAR denominado CIDH, a esos impresentables de una prensa que llena de odio y resentimiento sus páginas y programas para ensuciar la vida de los demás, buscando el billete sano de los demás.
El fútbol es impresionante, es un deporte que añade a la vida sonrisas, solidaridad, entendimiento, razones para amar y sentirse amado. El fútbol es cada día, en cada persona, un momento de inspiración. Y el Perú, tiene que ser como el fútbol, cada día, una inspiración.
Sin saber tanto del fútbol, lloré como mis amigos, como nuestros seleccionados, como Doña Lucha y sus picarones en el Rímac, fríos ahora, en un día frío de un invierno frío. Hasta que vino el Tío Anselmo, un señor que todos los días pasa con su carreta de fierro y ruedas por Surquillo y Miraflores llevando cafecito y unos sánguches deliciosos junto a un juguito de papaya en su punto. Te da servilletas, todo limpio. El Tío nos vio con caras tristes a la mancha del barrio, en la frontera de Surquillo y Miraflores y nos dijo: “Chicos, a qué hora es la Marcha?”
Nos quedamos helados, invernalmente helados, nos cogió de sorpresa su pregunta. ¿Cuál marcha Tío? Estamos así por el partido, porque no clasificamos.
“Los que nunca van a clasificar a nada hablan así muchachos, siempre hablan así chicas. Los peruanos no aprendemos a luchar, pero todos los días, no solamente cada cuatro o cinco años para una meta en la que podemos lograr algo muy bonito, pero que no es permanente; nunca lo van a entender si piensan que todo acaba con la clasificación, o sacando al corrupto que está en el poder” nos comenzó a decir el Tío Anselmo, con sus manos firmes, ya no tan temblorosas.
“Les pongo un ejemplo: Yo salgo cada madrugada a repartir mis productos con clientes conocidos. ¿Y si no viene uno de mis clientes o no tiene dinero, o dos o cinco no vienen o no tienen dinero, me pongo a llorar, sufro, perdí la clasificación, dejaré de luchar, perdí mi libertad? No amigos, igualito salgo a repartir, a vender como el primer día cuando no tenía clientes y a conquistar más clientes; y lo hago alegre, hablo, ayudo, escucho, solicito, recomiendo, soy un artista en mi trabajo. Soy viejo en años, pero esos años son muchas juventudes sumadas, soy un enorme viejo lleno de juventud. Vamos chicos, ánimo y con su juguito de papaya se sentirán mejor y yo me gano seis nuevos clientes, por amor al Perú y a mi Familia” terminó diciéndonos con una sonrisa realmente fabulosa que nos hizo emocionar.
Y es verdad, así como el Tío Anselmo nos enseña, así hay que luchar cada día, en el futbol, en el trabajo, en la política, por el Perú y nuestras familias, por nosotros mismos, por una mejor democracia y una mayor libertad.
Una marcha, dos marchas, cien marchas, hasta la derrota final del gobierno más desastroso de la historia del Perú.