El día de ayer, un grupo de militantes informales del gobernante partido comunista Perú “libre”, que opera bajo la fachada de autodenominarse “ronderos”, atacó, intimidó, agredió usando la fuerza y expresiones ofensivas como lo hacen siempre, para finalmente secuestrar a un periodista y el camarógrafo de un canal de señal abierta de televisión que, paradojas del destino, es ampliamente conocido por su oficialismo voluntario. Una vez más, el lobo se come a la oveja, a pesar que la oveja alimentaba al lobo para no ser la víctima, sino su socia, como ocurrió antes, con otro tipo de protagonistas y socios de similares historias.
Violencia y odio en acción, esa es la escena, pero de todos los días, incentivada y aplaudida por el gobierno y sus aliados que dirigen ministerios, entidades supervisoras y la diplomacia, vendiéndose o alquilándose como funcionarios en carrera o como representantes políticos. Una banda delincuencial controla el país, una organización criminal de muchos brazos de acción ha logrado hacer costumbre el abuso de la fuerza irracional, utilizando una ideología contraria a los valores y principios de la Libertad y la Democracia.
No se trata solamente de marxistas-leninistas-maoístas, es decir comunistas, ocultos en palabras como “ronderos”, “progresistas”, “ambientalistas”, “campesinos”, “maestros”, “pro-derechos de” o simplemente activistas de algo, sino que ahora, con el poder oscuro detrás de ellos, se han transformado progresivamente en la huella visible de sus actos, porque atacan y se aplauden, agreden y se abrazan, ofenden y se premian, mientras esperamos que no maten y no se degüellen a las víctimas, a la sociedad civil y sus instituciones aún sobrevivientes.
Somos tan, pero tan tolerantes, que cedemos y les escuchamos y hasta les obedecemos para no causar mayores problemas, siendo ellos el mayor problema, como lo es el gobierno.
Se trata de terroristas con disfraces de campesinos, se trata de terroristas con la misma estrategia de odio y violencia, ataque, intimidación, secuestro y chantaje. Te secuestran, te hacen leer sus arengas para luego “dejarte”, para luego liberarte, dicen. ¿Se han puesto a pensar un segundo, sólo un segundo, por el impacto de ser víctima en una escena similar? No te liberas de nada, te han hecho daño para siempre, te han afectado a ti y a tu Familia. Y esa factura se cobra en el tiempo. ¿Acaso el secuestrado no tiene Papá o Mamá, esposa, hijos, familia que se angustia? Para el gobierno y la “otra prensa”, la que vive cobrando a los gobiernos, es una anécdota, no es un crimen el que ha sufrido un ciudadano que además, trabaja como periodista.
Cada semana, cada día, es usual esa violencia en zonas donde actúan grupos extremistas que cubren y protegen las actividades del narcotráfico, contrabando, trata de personas, daño ambiental y minería ilegal, pero como se hacen llamar rondas campesinas o comités de autodefensa y desarrollo rural, los ciudadanos de ese país ajeno llamado Lima ni se inmutan, piensan que es natural que circulen grupos armados haciendo sus propias leyes dentro de nuestra nación, porque recogen “costumbres ancestrales”.
El Perú se ha llenado de minicárteles de la droga, de la minería ilegal, del contrabando, construcción civil, en el magisterio y la policía, hasta en las fuerzas armadas. Estos cárteles pequeños se han multiplicado y no pelean, son socios en el poder político local, regional y ahora en el gobierno nacional. Pero si uno lo dice y explica este desarrollo de la delincuencia, lo atacan las propias víctimas de hoy: los medios de comunicación.
Han golpeado a un periodista en su trabajo y han golpeado el trabajo del periodismo peruano, sin que haya habido ni una sola reacción del gobierno en defensa y reivindicación de la Libertad de Prensa. En este país, estamos, secuestrados desde hace meses y sin dar la pelea.