“Los primeros populistas de nuestra historia son sin duda los numerosos tiranos que tomaron el poder” nos dice Chantal Delsol, una de las intelectuales francesas de mayor renombre, columnista del diario Le Fígaro y del medio digital Atlántico. Su extensa carrera docente y de investigación académica es reconocida por las instituciones francesas como “brillante”.
Delsol publicó un libro corto pero bien elaborado para explicar este tema acuciante del populismo, algo sobre lo que hablan algunos y callan demasiados.
Veamos cómo reseña el destacado Profesor Carlos Massini Correas, de la Universidad de Mendoza y la Universidad Austral en Argentina algunos puntos relevantes del libro “Populismos, una defensa de lo indefendible”:
La tesis central de Delsol en este libro es que todos estos partidos, a los que se denomina peyorativamente «populistas», surgen como una reacción frente a la ideología preponderante en las élites europeas, heredera de la Ilustración francesa y que propugna la emancipación universal de los individuos de todo tipo de arraigo particularista y comunitario. Y en especial, la liberación humana de cualquier norma moral «heterónoma», y la afirmación de los derechos individuales y de los sistemas económicos de mercado preponderante.
Esta ideología, al igual que todas, supone una conceptualización y universalización de la existencia humana, así como un alejamiento de las realidades más concretas: la familia, la comunidad local y la patria; y todo esto en nombre de una liberación abstracta, que considera al hombre como meramente autónomo y desligado de vínculos morales, políticos o jurídicos concretos.
Sostiene la autora que «en esta guerra de dioses que se lleva a cabo entre emancipación y arraigo, las élites se encuentran sobre todo del lado de la emancipación, y los pueblos más del lado del arraigo». Los sectores populares, afirma Delsol, que en otras épocas hacían profesión de marxismo o al menos de socialismo, hoy en día se han transformado en pequeño-burgueses, con su apartamento, su auto y sus vacaciones (aunque modestas) en la playa y no tienen interés alguno en perder todo lo que ha logrado en aras de una revolución universal liberadora, que sospechan que los liberará del apartamento, el auto y las vacaciones.
Por eso, las élites semiintelectualizadas (e ideologizadas) de Europa desprecian a esta gente simple, que ama su región, su país, su trabajo y su cultura, desconfía de los inmigrantes y los ecologistas, protesta por el matrimonio homosexual y porque los colegios son un desorden donde no se enseña nada.
Delsol muestra cómo la última etapa de la ideología de la emancipación es el comunismo y cómo Lenin se separó de las huestes del populista Pléjanov, que defendía a las masas campesinas rusas tratando de mejorar su situación real mediante medidas concretas. Lenin, luego de haber leído a Carlos Marx, asumió que el populismo elemental de su colega Pléjanov debía ser superado por una revolución mundial, protagonizada por el proletariado industrial y encabezada por la élite intelectual del Partido Comunista, que emancipara a toda la humanidad y para siempre de las cadenas de la moral, la economía y el derecho, pero sobre todo del localismo, el particularismo y las exigencias de la realidad concreta.
Por eso en la Unión Soviética el gran enemigo del Partido gobernante y de la colectivización que éste imponía fueron los campesinos, fieles a la iglesia ortodoxa y necesitados de soluciones simples y concretas para los problemas de la vida cotidiana. Esta oposición terminó con la «exterminación de los kulakí (pequeños campesinos) como clase», que se concretó en varios millones de muertes anticipadas por hambruna o asesinato y otras tantas deportaciones a los campos de concentración del Gulag.
Para Delsol esa fue la realización extrema e irracional de la ideología de la emancipación, que en nuestros días se ha difundido en una versión soft o light, que se concreta en lo que se denomina «políticamente correcto».
«En el contexto democrático posmoderno –escribe la autora– el populista es un maleducado: no sigue las reglas consensuadas de la convivencia. Lo que se suele llamar ‘políticamente correcto’ no indica forzosamente que exista un pensamiento prefabricado [aunque de hecho existe], sino que no se debe decir crudamente todo aquello que uno piensa. Esta regla de ética ciudadana –concluye– va demasiado lejos, en efecto, hasta impedir que se desarrolle el pensamiento libre, ya que a fuerza de no poder decir nada, se acaba por no pensar nada tampoco».
Por su lado, Cristóbal Astorga Sepúlveda, catedrático chileno, publicó en la Revista Derecho y Justicia de la Universidad Católica Silva Henríquez unos apuntes destacados donde menciona lo siguiente sobre este interesantísimo libro de Chantal Delsol:
Una de las ventajas del libro es la claridad y elegancia con que Delsol expone sus argumentos. Partiendo de la base que el término “populismo” es un insulto, Delsol sigue una antigua tradición retórica de hacer suyo el improperio e intentar mostrar qué es lo percibido negativamente en él.
Ello la llevará no tanto a defender la idea (como el subtítulo de la traducción sugiere de manera frustrante), sino a transfigurarla a través de la idea de pluralismo. Un giro inesperado, aunque ingenioso. Delsol sugiere que en el pensamiento político la oposición entre lo universal y lo particular ha experimentado un cambio conceptual. Mientras en el mundo antiguo lo universal era una “verdad todavía no hallada”, una apuesta racional por la de-liberación y una apertura a sus conclusiones, la Modernidad lo habría conceptuado como una idea absoluta, preconcebida y totalizante.
Mientras el idiota antiguo era incapaz de ingresar al diálogo en búsqueda de la verdad, preguntándose por ejemplo qué es lo bueno para la ciudad, el idiota moderno al reivindicar su particular idiosincrasia se coloca al margen de la razón. O al menos, eso es lo que el discurso anti-populista intentaría mostrar: el populismo defiende valores comunitarios, rechaza la intervención del Estado de bienestar y reivindica formas de solidaridad sobre la base de una identidad colectiva densa. Una nota adicional del populismo es su capacidad de llamar al pan, pan, y al vino, vino.
Aquí en Minuto Digital sugerimos leer el libro “Populismos, una defensa de lo indefendible”