Es importante enfrentarse con los que destruyen el país, para evitar que logren su propósito; es importante decir lo que uno piensa y sustentarlo incluso apasionadamente, porque el silencio provoca al ceder, un enmudecimiento perpetuo; es importante participar en política de una forma u otra, para evitar convertirnos en “señores y señoras” de alguna lucidez, permitiendo siempre el gobierno, la sociedad y el comportamiento de la estupidez.
Algunos creen que el mundo gira a su alrededor y en el centro de todo, “ellos y ellas” son la clave de nuestra existencia, “ellos y ellas” deben marcar las palabras correctas y los comunicados precisos, “ellos y ellas” son el reflejo de la única verdad, la de “ellos y ellas”. Ese mundo de tontos y peleles es una degradación más, que nos conduce al silencio por aburrimiento y también, por alejamiento.
Ocurre que en el Perú se vive la enfermedad “de la pose”, un complejo síndrome que se apodera de muchas buenas personas y las convierte en mirones de su espejo matutino: las redes sociales. Por eso al despertar no se persignan para pedir una bendición en el día, sino que abren su Facebook, la cuenta del Twitter, el Instagram y lo que sea que estén registrados, para ver si aumentaron sus seguidores, los likes, los corazoncitos y los halagos adicionales.
Nadie escribe como un mensaje de esperanza para otros: “hoy comencé a usar pañales a mis 50 años”, “qué felicidad poder caminar y salir a la calle sin el problema que me aquejaba”. Eso es algo imposible de leerse. Pero no sería de extrañar algún miserable burlándose o haciéndose el gracioso, eso es lo que infecta el alma. En cambio, los vanidosos del sueño de los ojos despiertos escriben “una modelo muy joven me guiñó el ojo y bueno, no les cuento más porque soy un caballero” (o sea, historia de un cobarde que pretende decir algo que no hizo, denigrando a una mujer, como si fuera su marca de macho, de “virilidad”).
Tampoco se lee en las redes alguna reflexión que diga: “como cada vez que los visito en el cementerio y limpio su lápida, me sentí feliz de contarle a mis padres que sigo sus ejemplos y Dios me bendice cada día”. Y por eso los cementerios tienen más tumbas que visitantes y sobre las lápidas, ocurre que el viento y el polvo tapan los nombres de sus ocupantes, como protegiéndoles de la vergüenza de no tener quien los recuerde aunque sea una vez al año, en hipócrita visita por lo menos.
Tampoco se ven frases expresando “el abrazo de mis hijos fue lo más emocionante de hoy”; o tal vez, quizás: “visité de sorpresa a los hijos de un compañero del colegio, mi amigo que falleció hace varios años. Les llevé muchas anécdotas de su papá… y reímos tanto…”
El mundo, el país, muchos hogares están en otro lenguaje, en otros rumbos, en el embudo de la estupidez y si te atreves a decirlo, te caen con palo, piedra y odio. No importa, siempre habrá un imbécil dispuesto a la burla y a la ofensa.
¿Sabes qué? Yo aún no uso pañales, pero el día que los necesite, me sentiré feliz de poder hacerlo y de poder comprarlos, me sentiré privilegiado de hacer mi vida sin avergonzarme porque no controlo mi organismo (por la incontinencia urinaria). Y lo pondré en todas las redes sociales, como símbolo de Libertad, así a ti parezca raro, extraño y tonto, porque al final, todos sabremos la marca de tu pañal y la razón de tu incontinencia.
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