El arco no puede estar permanentemente tensionado porque en cualquier momento la flecha se dispara y mata a alguien. Igual en la política no podemos seguir confrontando so riesgo de un estallido definitorio.
Pedro Castillo pretende convertirse en dictador. En su sano juicio cualquier persona con cinco carpetas fiscales abiertas bajo hipótesis de ser cabecilla de una organización criminal orientada a asaltar el poder para saquear al Estado se allanaría, prestaría auténtica colaboración al Ministerio Público, o renunciaría. Pero el chotano se ha emperrechinado. Padece de una patología mezcla de psicosis con esquizofrenia y mitomanía; por eso lanzó un mensaje a la nación falso; humilló a las FF.AA. en el caso de los comandos de Chavín de Huántar y del GEIN; se burló de la fiscal de la Nación guardando silencio luego de rodearse de una guardia pretoriana agresiva; se mofó del país con la falsa renuncia de Aníbal Torres; acaba de amenazar a la prensa en el caso de Panorama; y le advierte a las fuerzas democráticas que “es la última vez que les tiende la mano” para el diálogo.
¿Qué viene después? ¿Intentará disolver el Congreso? ¿Dará un autogolpe de Estado sacando los tanques? ¿Intentará una algarada con los ronderos?
Castillo no tiene fuerza propia. Fuera del narcotráfico de la amapola y algo del Vraem, lo sostienen a medias los poco movilizables esbirros de Cerrón y los magisteriales enfrascados en lucha con el Sutep. El pueblo promedio, que sufre la crisis económica, lo odia; y desde el exterior tiene respaldo de una OEA atrevida en su injerencia en los asuntos internos del Perú, así como de un Foro de Sao Paulo que tendría que enviar batallones de milicianos para aventurar una guerra civil en el Perú.
Castillo es un pobre diablo. Inclusive acaba de nombrar un Gabinete que sigue presidido por un rabioso pero incapaz Torres y que se compone de lamesuelas asquerosos. En Cancillería ha puesto a quien hasta hace unos días se juraba anticomunista. En fin, una chanfaina.
La razón por la cual sigue en el poder es porque el Congreso todavía no purga a los corruptos que se oponen a la vacancia y porque los comandantes generales siguen con el síndrome de los mandiles rosados. Pero lo dicho, el arco está demasiado estirado y quizá pronto se dispare logrando el efecto que sugerían las abuelas (en el sentido figurado): “muerto el perro, acabada la rabia”.