Ya a nadie asombra de lo que es capaz la organización criminal que se ha instalado en palacio de gobierno, convirtiéndolo -de acuerdo a todos los informes periodísticos- en una oficina de gestión de coimas, chantajes, compras de ascensos en el escalafón militar y policial, pagos por designaciones o nominaciones en la función pública, desde ministros de Estado a personal de servicios, entregas de dinero irregular e ilegal en bolsas de plástico que se dejan escondidas en los servicios higiénicos para que luego el proveedor de la decisión las recoja o entregue a sus cómplices y jefes, gastos presupuestales dispendiosos, compras de insumos alimenticios para las oficinas presidenciales, como si tuviera una población de más de diez mil personas, con un destino totalmente desconocido ese afán gastronómico… es decir, una escena impropia de una Nación, una escena característica de un gobierno de izquierda, que esconde su rostro marxista leninista y maoísta para presentarse como “del pueblo”, campesino, pobre y olvidado por más de 200 años, para llegar hambriento de corrupción e impunidad en su beneficio. Esa es la triste historia del Perú del siglo XXI.
Un presidente que comienza a desayunar atragantándose, no podemos decir que inicia su trabajo, cada día, cerca de las 11 de la mañana para luego, aburrido de estar viendo videos musicales, ponerse a conspirar contra el país, usar el avión presidencial, helicópteros o autos lujosos en alejarse de la ciudad de Lima, porque aquí no puede ir por calles y mercados, por pueblos con angustias y necesidades, por escuelas sin recursos, sin libros, sin computadoras, sin internet, ni por hospitales sin medicinas, abandonados a su suerte, subsistiendo solo por el esfuerzo de los médicos y enfermeras que valientemente se entregan al servicio público de forma ejemplar, a todo riesgo.
En este país que sabemos va muy mal y podría ir muy bien, el presidente de la izquierda más corrupta, de la izquierda más radical, ignorante y perniciosa, habló alguna vez de la historia de un pollo y un niño. Ese niño, que no era él, fue protagonista de un uso inteligente del lenguaje y la razón, del juego de las palabras que el tonto de palacio no podría ni descifrar, menos nombrar. Y en ese sentido, usando la nueva historia del político tonto que quiso pasar de presidente vivo, con el pollo muerto o el pollo vivo (fíjense de las estupideces que habla un presidente), llegamos a una conclusión en la escena nacional donde toda su familia, o casi toda ella -están compitiendo en esa afán seguramente-, se encuentra comprometida en una red asquerosa de delitos e inmoralidades, al suponer que sus sobrinos, cuñada, entenados y cercanos, es decir –nuevamente-, la banda de prófugos que crece cada semana, es como el título de esta columna de reflexión dolorosa y opinión de protesta: pollitos en fuga (marcando la distancia con la película, esta denominación es una simple coincidencia).
Hoy, sus pollitos y pollita son “el nombre bonito” para los delincuentes convictos y confesos, para los cómplices convictos y confesos. ¿O no es así?
Imagen referencial, captura de pantalla Canal N