Rémi Brague es un filósofo al que sigo en sus obras mayores y en las menores, como esta última “Las anclas en el cielo: la infraestructura metafísica de la vida humana” (Encuentro, 2022, Kindle edition). Ofrece la mirada maravillada de quien vuelve a reflexionar sobre los anclajes de la realidad, deteniéndose con asombro en el “orden de las cosas que el hombre descubre mediante una investigación llevada a cabo por la razón”. Es un sugestivo y refrescante estudio que encara con serenidad los planteamientos disolventes del ser y sus manifestaciones.
Uno de los empeños de Brague es poner en primer plano el talante metafísico del ser humano para evitar su disolución en el mar del nihilismo, cuyo intento prometeico es superar al ser humano. “Ahora bien -se pregunta nuestro autor-, ¿con qué tipo de hombre nos proponen romper? Mi respuesta sería: no necesariamente con el hombre como “señor y poseedor de la naturaleza”, sino, en todo caso, con el hombre como “animal metafísico”, que mira sin cesar hacia una transcendencia. Nietzsche lo comprendió y expresó perfectamente. Para él, el superhombre (Übermensch) debe superar al hombre”. Curiosamente, no se trataría de “un superhombre como el escalón más alto en la escala de los seres, sino simplemente del hombre que se aleja del cielo y permanece pegado y fiel a la tierra, sacando las consecuencias últimas a esta terrenidad, ante todo aceptando el “eterno retorno de lo parecido”: humano y solo humano sin ninguna traza de trascendencia.
Brague, con agudeza y finura, “muestra en qué medida la metafísica no corresponde a la imagen que con frecuencia se tiene de ella. De acuerdo con esa caricatura, la metafísica sería una superestructura etérea que vendría a sobreañadirse a la única base verdaderamente real, la de la naturaleza tal como las ciencias nos dan de ella un conocimiento cada vez más exacto. La única estructura que pudiéramos edificar sobre esa base sería la asociación misma de los hombres según unas reglas que permitiesen el desarrollo de todos. Tales reglas no exigirían ningún otro fundamento que el acuerdo de las personas que constituyen las sociedades; no tendrían ningún otro fin que la conservación y el bienestar de estas personas”. La metafísica, más bien indaga en aquello que es esencial al ser humano y al cosmos cuyo conocimiento escapa a las ciencias o al consenso.
La propuesta de Brague, asimismo, pone en evidencia la necesidad de dar fundamento a la continuidad de la existencia humana, dado que “semejante existencia no es en absoluto evidente. Con la creciente capacidad que poseen los hombres para elegir ser o no ser, la necesidad de razones para elegir el ser resulta también más apremiante. Esta necesidad de justificar la existencia misma del hombre obliga a reconsiderar una buena parte de las orientaciones de base del pensamiento moderno. No se trata de renunciar a los logros preciosos y tan arduamente conquistados, y menos aún de retroceder hacia un pasado soñado. Se trata, muy al contrario, de permitir que quien es el sujeto y el objeto de esos beneficios, el hombre, pueda proseguir esta aventura”.
“Para afrontar semejante cuestión -sostiene Brague- es preciso una metafísica fuerte. De esta manera, me contento con prolongar la tendencia señalada al comienzo y que aflora desde el último siglo, la que revela en la vida humana dimensiones intrínsecamente metafísicas. Pero doy aquí a la vida humana un aspecto muy concreto, incluso sencillo, el de la prosecución de la existencia biológica de la especie humana. Lejos de ser una superestructura superflua, la metafísica se revela entonces como la infraestructura indispensable de la continuación de la vida de los hombres”. Es decir, una metafísica que esclarezca la bondad de la vida y lleve a afirmar que la vida vale la pena de ser vivida. Una vida que se abre paso, incluso, entre las tinieblas de la existencia.
Termina Brague con una bella metáfora de “un personaje de un diálogo de Platón quien dice del hombre que es como un árbol invertido cuyas raíces estarían en lo alto” y quien dice raíces, también puede decir anclas: “para todo hombre, las anclas están en el cielo. Es en lo alto donde hay que buscar lo que salva del naufragio”. Profundidad y altura, inquietudes propias del ser humano que se adentra asombrado en la dimensión metafísica de la realidad.