Patético y no paradójico, así es el tema cuando uno se pone a observar lo que ocurre en palacio de gobierno, el lugar que no permite desde su interior que el verdadero pueblo, honesto, emprendedor y trabajador, se manifieste con ideas, propuestas y alternativas a la carencia de planes y políticas de Estado para enfrentar los retos de un país que no se cansa de retroceder.
Palacio de gobierno es para toda la ciudadanía, un antro a la medida de sus ocupantes –decir antro y hasta garito, en realidad es una palabra elegante-, por eso palacio se percibe como una covacha, una alcantarilla que une circuitos del delito. Esa, es una opinión adicional que crece y se expande hoy más que antes, porque cada semana entra y sale un ministro del gabinete, al descubrirse que en y desde palacio urdía acciones ilegales, irregulares y de propio provecho delictivo, casi como sus antecedentes, como su curriculum, como su hoja de vida, terrible historia.
Los ciudadanos, envueltos en esa locura del silencio irresponsable que se adoptó a la par de las restricciones durante la pandemia, afectando derechos fundamentales en forma ilegal (encerrados y manipulados mediáticamente durante el encierro), sólo vemos de los muros hacia afuera, porque la pandilla que se encuentra dentro del palacio de las irregularidades, condimenta el delito que se cocina allí donde alguna vez nacieron acciones de Libertad y mejor democracia (y esto si es paradójico).
Liberarnos de un palacio que congrega delincuentes es como fumigar un campo donde los insectos se han adueñado de ramas, hojas, tallos y flores para destruirlas, como cuando los zánganos sobrevuelan y arremeten contra todo. No es pues una tarea fácil, aún cuando tengamos los insecticidas y equipos a la mano. ¿Porqué es difícil? Porque teniendo los insumos que la democracia y la Constitución nos brindan, no hay operarios para la acción, así como no hay políticos para la otra acción de proteger y difundir principios, valores y virtudes.
Estamos enredados, envueltos en una burbuja perniciosa que no sabemos cómo hacer para que explote sin dañar más, en vez que siga creciendo. Y es que el gran error, nuestro error, es no haber sembrado en casa, en la mente de nuestros hijos, en el barrio, en el trabajo con nuestros compañeros, colegas y amigos, la palabra precisa y el mensaje del momento, sino que hemos permitido que los imbéciles reemplacen toda esperanza y que sus cómplices se adueñen de la representación popular. Gran error que exige grandes respuestas y no la pequeñez de decirte que eres de oposición, encerrado en tu habitación.
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