Había una vez un país donde se decía siempre que predominaban personas excluidas, dejadas de lado y menospreciadas por ser de la sierra o de los cerros, por ser pobres o quizás, por no saber qué significaba eso que les decían y no entendían nunca. Y en ese país tan raro, contradictorio y maravilloso a la vez, los privilegiados y dueños de la razón y la verdad eran “los políticos” (así, entre comillas), una especie de terratenientes y camaradas del conocimiento y la manipulación para la conquista del poder.
Digo “conocimiento” en referencia a temas que solamente “esos políticos” (nuevamente, entre comillas) tenían el dominio y la propiedad de decir y reconocer que eran “la verdad”; no hablo de asuntos del saber.
Un país donde millones son considerados fuera de esa civilización de la capital “política” (vuelvo a poner entre comillas), donde millones son “DNIs sin rostro”, documentos nacionales de identidad a destajo y nada más, eligió a dirigentes de partidos políticos de cierta historia y recorrido como presidentes, pero luego de un tiempo nacieron los outsiders, los reemplazantes con propaganda, los inventados con un discurso no antisistema, sino contrario a la posibilidad que alguien del pueblo pueda competir con alguien de mala tradición, con alguien de la envoltura de siempre.
Pero esos outisders no eran nuevos líderes o caudillos, sino recurrentes visitantes de los partidos o proyectos del “tenme en cuenta”, así que no fue raro que formasen nuevos grupos con viejos despojos de las organizaciones que dejaban de figurar en la escena nacional. Algo así como un reciclaje de temporada, pero con el mismo producto final, desde el principio (una locura).
Toledo, Humala, PPK, Vizcarra, Sagasti y Castillo nunca tuvieron una secuencia propia, de pertenencia a una colectividad y a un pensamiento político, económico y social, sino que fueron una especie de outsiders post fujimorismo, muy mal fabricados, con muy malas intenciones.
De todo ellos, el peor ejemplo de alquiler de conciencia y actitud por el poder es Castillo, un ignorante para la gestión, muy hábil para el engaño y la imitación, para la ficción del pobre que nunca fue, del maestro que jamás ejerció docencia, del rondero que jamás fue del campo, del sindicalista, eso sí, de la violencia, el chantaje, la amenaza y el odio escondido bajo el sombrero del partido comunista, porque es un comunista así lo esconda.
Por eso la ignorancia -como virus a expandir- es la obsesión comunista, marxista leninista y maoísta, y por eso el mayor exponente de la ignorancia es un ignorante, no un maestro, no un campesino, jamás un sindicalista.
Este es el Perú que buscaba outsiders, el que reniega por manipulación del poder de los medios, el que se somete a la ignorancia y no usa la inteligencia para vencer, por lo menos hasta ahora, ante tantas ignominias.
¿Y qué hacemos, seguiremos renegando en casa?
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