La expresión “Señor, aquí estoy ante ti” es de Romano Guardini (1885-1968) para referirse a la oración: el diálogo entre la persona humana y la persona divina. La desarrolla en un pequeño texto que lleva por título “¿Se puede aprender a rezar? Dos rostros frente a frente” (Palabra, Hakuna, 2019), extraídas del capítulo I de su libro “Introducción a la vida de oración”. Una deliciosa reflexión sobre la experiencia de la oración cristiana, encuentro del Tú divino y el tú humano en su búsqueda de las aguas que saltan a la vida eterna.
Entre una tarea y otra, las correrías y las urgencias se nos acaba el día. Así las cosas: ¿rezar? ¿cómo, cuándo, dónde, para qué? ¿Dónde metemos a Dios entre tantos ajetreos? A lo sumo, unos breves agradecimientos a Dios en los momentos felices o ardientes peticiones en los momentos malos. Válido, desde luego, pero insuficiente. La oración como diálogo con Dios es mucho más, no se agota en los instantes, sino que florece en la duración. Es un encuentro que toma su tiempo, pues dejamos que el Señor nos alimente interiormente, dándole consistencia, colorido y aromas al espíritu. Vida hacia adentro, sin estridencias exteriores que permite mantener el ánimo y el cuerpo por encima, incluso, de sus fragilidades.
La oración es un bien para el alma, unas veces resulta fácil; otras, es un camino arduo; siempre es provechosa porque el Señor no se deja ganar en generosidad. Dios está con nosotros, pero es un amante pudoroso, está a la espera y hemos de buscarlo con fe. Una fe no siempre fuerte, de ahí que hayamos de acudir al mismo Señor para pedirle que nos aumente la fe, la esperanza, la caridad y así verlo en todas las circunstancias de la jornada, también cuando las papas queman. De esto sabemos, pues tantas veces de chicos, les pedíamos a mamá y papá el dinero para comprarles sus regalos.
Guardini llama la atención de la importancia del “recogimiento” para hacer con provecho la oración mental. Procurar que el alma repose y disminuya la agitación. Una búsqueda de unidad interior, de tal manera que el cuerpo, el ánimo y el espíritu se reconcilien. Con buen tino, recomienda Guardini que “en períodos de desasosiego, enfermedad o gran cansancio puede muchas veces ser muy provechoso limitarse a esta oración de recogimiento”. Ninguna de estas situaciones nos es ajena en diversas estaciones vitales. Es ponernos en la presencia de Dios y decirle: “Señor, aquí estoy ante ti”. Y depositamos en sus manos el agobio, los cansancios, los pesares, sabiéndonos mirados, acompañados, comprendidos por Él.
Quizá el decaimiento siga, pero ya no es una soledad sin sentido, es estar en compañía de Dios que es padre y madre. De modo natural, llegan al hondo del corazón aquellas palabras del Señor: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mateo 11, 28-30).
¿Dónde rezar? Un rinconcito de la casa o de un parque pueden bastar. Mejor si conseguimos ir a una Iglesia o Capilla en donde esté el Señor en el Sagrario. “Entrar a la casa paterna en el diario caminar por la ciudad, buscar en ella paz, recogimiento, liberación interna, consuelo, ánimo y robustecimiento del espíritu”. Fe, vida de fe, vida de oración no son un “además”, fuera de la rutina diaria, son más bien el cimiento que sostiene al día y sus afanes.