Hemos querido venir aquí, a la parroquia de San Josemaría, para rezar en este mes de noviembre, que es el mes de los fieles difuntos, por nuestros seres queridos, que ya no están con nosotros.
40 años
Este año se cumplen 40 años de celebraciones seguidas, que se iniciaron en 1982 con el fallecimiento de mi padre. Muchos familiares y amigos nos acompañaron, como ahora, en estas Misas de sufragio.
Y muchas personas, (familiares y amigos), que estuvieron rezando con nosotros por sus seres queridos, ahora ya no están sentados en las bancas, pero sí están en las listas, porque ya son fieles difuntos.
En un tiempo nosotros también estaremos en las listas, es ley de vida, y otros rezarán por nosotros para que podamos gozar de Dios en el Cielo.
Grato deber
Es un deber que tenemos como cristianos: rezar para que puedan gozar de Dios en la vida eterna. Como todos sabemos, para poder entrar en el Reino de los Cielos, tenemos que fructificar nuestros talentos aquí en la tierra y tener nuestras lámparas encendidas.
Dios nos pide ser virtuosos, y todas las virtudes nos llevan al Amor. Es el primer y principal Mandamiento, el Amor a Dios. Y cuando queremos a Dios de verdad, el corazón se hace grande y crece nuestra capacidad para amar a nuestro prójimo.
Muchos nos han querido
Cuando hemos recordado el amor de nuestros seres queridos por nosotros y nos hemos sentido realmente queridos por ellos, hemos pensado en el amor a Dios que ellos tenían.
Estamos aquí porque tenemos fe en Dios. La Santa Misa tiene un valor muy grande para nosotros y para nuestros seres queridos.
Estamos aquí con nuestro amor a Dios y nuestro amor a nuestros seres queridos.
Y cuando miramos un poco para atrás, cuando nuestros seres queridos estaban vivos, (nuestros padres, nuestros abuelos, el esposo, la esposa, los hermanos, los amigos).
Cuando les hemos visto a ellos querer a Dios, cada uno como era, con sus virtudes y sus defectos, no es cierto que aparecía en nuestra interioridad una sensación de seguridad y de alegría.
En cambio cuando no hemos visto, en algún ser querido, el amor a Dios y hemos visto más bien un cierto alejamiento, entonces queda en nosotros, que somos creyentes, una preocupación que nos impulsa a rezar más, con una oración llena de fe y de esperanza.
Además, ese ser querido que se fue, tiene la gracia de Dios de tener una familia que reza. Y ese es el objetivo que tenemos cuando venimos a pedir por ellos en esta Santa Misa. Somos una familia que reza, que tiene fe, que cree que nuestras oraciones las escucha Dios.
La muerte nos afecta a todos
La muerte nos afecta a todos, nadie se quiere morir, tenemos temor a la muerte, pero nadie la puede evitar y nadie puede tener experiencia de su propia muerte, pero si tenemos experiencia de la muerte de otras personas. Hemos visto muchos modos distintos de morir.
Vivencias frente a un difunto
Cuando alguien cercano fallece, todo se paraliza, se deja de trabajar, se interrumpe un viaje, o hay que hacer un viaje que no estaba previsto, todos vienen a ver, a saludar, a dar el pésame. Llegan las flores, las esquelas con el nombre del difunto, se siguen unos protocolos habituales en los días de velorio, antes de las exequias.
Son momentos de tristeza y dolor que vivimos siguiendo estrictamente los sistemas establecidos y las costumbres, de todo lo que se tiene que hacer en esos momentos.
Las horas van pasando y mientras se acercan los que nos vienen a dar el pésame, con unas palabras de aliento y apoyo, nosotros nos encontramos sumergidos en recuerdos del ser querido que partió, y en nuestra oración, difícil en esos momentos, le repetimos al Señor que lo tenga a su lado, que lo haga muy feliz.
Panegíricos y alabanzas
Todo lo que oímos en esos momentos de dolor: la prédica del sacerdote, las palabras de los familiares y amigos, son expresiones positivas que resaltan las cualidades y los logros del ser querido que partió y son a la vez un canto de esperanza con una gran confianza en la misericordia del Señor.
Siempre hemos oído decir: “sobre el muerto las coronas”
Todos hablan bien del que se murió. No hay muerto malo, es una expresión muy coloquial de nuestra sociedad que cobra mucho sentido después de que una persona fallece; siempre existe la tendencia de exaltar las virtudes, cualidades y logros del que partió y que ya no se encuentra con nosotros.
Diferencias de personas y costumbres
Los sacerdotes, que habitualmente estamos en estos momentos de dolor, observamos las costumbres, vemos las diferencias en los difuntos y en sus familias: distintas historias, distintas personas, distintas costumbres, distintos modos de morir, distintos modos de despedirse de un fiel difunto.
Sepultura cristiana
La Iglesia tiene una tradición y una liturgia para acompañar al ser humano en su etapa final, aquí en la tierra y luego cuando fallece. Hay oraciones para los que están en agonía y oraciones para los fieles difuntos.
La Santa Misa
La ceremonia más importante es siempre la Santa Misa, porque aquí se encuentra Dios. Cuando venimos a la Misa venimos a encontrarnos con Dios. A Dios que está en los Cielos. A ese Dios que le pedimos siempre por las personas que más amamos, a ese Dios que nos escucha y nos quiere.
A ese Dios volvemos a recurrir hoy para pedir por nuestros seres queridos difuntos.
Los panegíricos en las prédicas
Los sacerdotes, cuando se trata del fallecimiento de un familiar o de un amigo tendemos a hacer panegíricos en nuestras homilías resaltando las bondades y virtudes del fallecido, que indudablemente las tiene, pero las resaltamos, queremos que los demás las conozcan.
En esos momentos nos damos cuenta que todas las personas tienen un lado bueno y que ese lado bueno es bastante más grande que el que conocíamos, cuando estaba vivo.
También nos damos cuenta que tenemos muchas limitaciones para conocer y querer a las personas. Las limitaciones no nos dejan ver para amar como es debido a las personas, y nos quedamos siempre con una deuda de amor.
La falta de amor
Cuando fallece un ser querido y se le recuerda, nuestra conciencia nos hace ver que nos faltó amor y eso fue un obstáculo para poder hacer más por ellos. Y nos queda ese remordimiento: pude acercarme más, pude ayudarlo más, pude comprenderlo más, le tenía que haber hecho más caso, y no lo hice.
Además, mientras estamos en la Iglesia militante, en la tierra donde estamos viviendo, solemos ver antes “la paja en el ojo ajeno” y de allí se originan los conflictos, los alejamientos y las peleas que tenemos los seres humanos y algunas veces en el ámbito familiar.
Cuando ya no está
Las distancias también abren los ojos.
Cuando uno se va de su casa y está un tiempo fuera, desde lejos, se valora más que cuando se está al lado. Lo mismo sucede cuando muere un ser querido, hay un estremecimiento que nos hace reaccionar para ver la realidad.
Cuando alguien querido fallece se prende un reflector que nos hace ver con claridad dos cosas: la cercanía de Dios y las virtudes de nuestros seres queridos.
Al hablar de ellos, en esas circunstancias de dolor, no les estamos colocando virtudes que no tienen, más bien estamos descubriendo o redescubriendo las que tienen.
El amor es el que nos hace hablar bien, y eso es lo que tenemos que hacer siempre con el prójimo, hablar bien; siempre podemos encontrar cosas buenas en los demás, pero no debemos esperar a que se mueran para descubrirlas, deberíamos descubrirlas antes, para poder corresponder con amor al amor recibido.
La Iglesia siempre nos recuerda que no debemos juzgar al prójimo. Dejemos los juicios para Dios que es además misericordioso; es el que más sabe perdonar y el que más sabe amar.
A la vida eterna en el Cielo tenemos que llegar, allí nos encontraremos con Dios y con nuestros seres queridos que están en el Cielo. ¿cómo será ese día del reencuentro?. Tenemos que luchar para poder llegar.
La Virgen siempre está
Ella nos limpia como todas las mamás para estar listos, con Ella vamos por el camino seguro, hasta el Cielo para toda la eternidad.