En el Perú vivimos en un permanente “sin saber qué” (qué va a pasar, qué fue lo que sucedió, qué explicación tenemos para tal o cual cosa, qué clase de gobierno necesitamos, qué opción política puede servirnos mejor en una democracia, qué hacemos ahora…). En ese estado existencial –no es de emociones, ni de sentimientos-, nos hemos acostumbrado a no tener más esperanzas que estar pensando que todo va a cambiar “si es que” (si es que alguien como nosotros decide, si es que sale el sol, si es que llueve, si es que ganamos el mundial, si es que se va este gobierno, si es que ganamos la tinka…). Esa suma de “si es que” nos hace tener los peores presupuestos en finanzas y en aspiraciones para la vida diaria. Por eso nos quebramos y nos dolemos, nos quedamos pensativos y seguimos en lo mismo, o sea, en nada.
¿Un país que sufre tanto, es viable en esos términos? Aunque parezca irónico, lo es, se fortalece en sus idas y vueltas (no son contradicciones), crece aún en medio de tantos retrocesos, pero necesita un ajuste radical, fuerte y que tenga una permanente secuencia –no es redundancia- que haga frecuente un rumbo cierto, predecible y sostenible en el tiempo.
¿Pero aún así, es posible? Definitivamente, es clarísimo que lo extraordinario pasa por la destrucción creativa del daño permanente. ¿Cómo así? Con la recomposición general del Estado y las reglas de gobierno. ¿Una nueva Constitución? No, un reperfilamiento, mejorando lo bueno, perfeccionando lo exitoso, desterrando lo malo, acabando con lo pernicioso. Y es que los países de sueños históricos, deben despertarse a sí mismo, de lo contrario seguirán pasando pesadillas y tormentos por sus propios pensamientos negativos, que al final, son los que inspiran a sus gobiernos, que temerosos de su accionar (corrupción e impunidad) imprimen nuevas categorías legales para legitimar el delito y nombrarlo “decisiones de gobierno en nueva democracia”. Asi de absurdo.
El tiempo no es eterno, la democracia menos. De no avanzar los ciudadanos, el pisoteo de los principios y valores democráticos será costumbre y se volverá necesidad de subsistencia, como si matar la libertad se volviera imprescindible para garantizar las nuevas formas de gobierno, como ahora, que vemos que lo estúpido reina, que lo innoble se impone, que lo criminal se aplaude y se elogia. Y los rostros de esas estupideces y formas innobles y criminales se vuelven personajes del poder: ministros, congresistas, periodistas, gestores de intereses, escritores, académicos, lo que sea, quien sea.
El drama es pasajero, lo dramático también. Pero el efecto de las desgracias es duradero y eso hay que evitarlo. Por lo tanto, las soluciones son radicales, simplemente radicales. Se hacen, o se muere.
¿Qué necesita el Perú para no desfallecer y para que no muera debajo de su actual desgracia? ¿Una transfusión sanguínea, una trepanación craneal? No, simplemente, acciones y soluciones radicales, que eviten una falla organica múltiple, que permitan respirar y aspirar a un mejor destino.
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