Al salir de una conferencia y posterior entrevista realizada a varias mujeres de distintas profesiones y ocupaciones, sobretodo “amas de casa” (lo pongo entre comillas porque es un valor de elogio, por si acaso), tuve el presentimiento que habría alguna feminista violenta que se pondría agresiva a su modo. Y no me equivoqué, porque la señora o señor –no sé cómo decirle a esa persona o personaje que es hombre pero estaba vestido escandalosamente, dice que como mujer- tuvo disparos de odio al decir que “no se puede permitir a una derechista, conservadora y católica fanática, compartir la mesa con las dirigentes barriales y las intelectuales de izquierda que se sacrifican por el pueblo”. Eso dijo.
Pero como la vida es transparente y el odio se convierte en oscuridad, se evidenció que la atolondrada mensajera del enfrentamiento era… una funcionaria o funcionario del MIDIS (Ministerio de Desarrollo e inclusión social) que venía acompañada de varias representantes de oenegés pro aborto y anti familia que a la vez, son “consultoras” del Ministerio de la Mujer y poblaciones vulnerables (las comillas en este caso, no son de elogio, sino de descubrimiento sobre una planilla abultada de funcionarias que no hacen nada por las mujeres, pero cobran por dar discursos en nombre de ellas y de colectivos que dicen ser de mujeres, sin que las mujeres lo hayan autorizado). Algo así como “mi partido, tus impuestos”.
Rodeada de un pelotón de fusilamiento ideológico, pero admirada viendo el escenario con la presencia de verdaderas mujeres de trabajo, de familia, de emprendimientos propios, mujeres de y con dignidad, me lancé al ruedo del coso de las explosivas partidarias del gobierno, para dar algunas opiniones sobre el gravísimo problema de la violencia contra la mujer.
Quise se diferente: “la violencia contras las mujeres tiene varios orígenes y ustedes han señalado algunos que considero tocan nuestra fibra diaria al salir a las calles, al estar en el trabajo o al pertenecer a un espacio donde las tensiones, diferencias, desventajas y cuadros de enfrentamientos son cosa presente e imparable, que no se pueden esconder, que duelen y mortifican, que requieren denuncia y acción, solidaridad y resultados. Todo eso es innegable. Por lo mismo, quiero poner sobre la mesa otra forma de violencia contra las mujeres, que nadie la ha mencionado, la ejercida por mujeres contra mujeres”… para qué mencioné la ultima frase; me gritaron, me insultaron, lanzaron papeles y pidieron que me calle.
Pero seguí: “En este momento, corroboro esa violencia, con los insultos de algunas; corroboro esa violencia que hoy denuncio, con los gritos de pocas; corroboro la violencia y vuelvo a denunciarla, al recibir el lanzamiento de objetos, como si una piedra fuera a callar la verdad que estoy transmitiendo. Mírense ustedes como se ponen violentas con una frase que es verdad y si no lo fuera, ¿Porqué no hablan y debatimos? ¿Me van a pegar, a jalar de los pelos, a rasgar mi blusa o escupirme como lo hacen muchos agresores de mujeres, todos los días con millones de mujeres?”
La moderadora de la reunión, una joven periodista también, puso orden y dijo: “Compañeras, este no es un tema de militancia ni de posturas ideológicas, ya cansa tener que aclarar. Si la compañera no es objetiva o su discurso es a favor de la violencia contra las mujeres, ella no estaría aquí. Si su posición es contraria a las opiniones de algunas de ustedes, deben respetar la opinión y más bien, de considerar que ella está equivocada, hablarle, enseñarle, hacerla entender o recapacitar. No le hagamos el juego a la violencia, negando una opinión de mujer a mujer”.
No podía creerlo, me sentí halagada. Una dirigente vecinal, joven profesional, joven madre sin pareja, que lucha cada segundo por su bebé, por su madre anciana y por su vida misma, hizo la reflexión que yo quería escribir en este artículo, porque en mi opinión, hay una violencia entre mujeres que debe acabar, que tiene que parar.
Hago mía esa frase: “Mujeres, no le hagamos el juego a la violencia, negando una opinión de mujer a mujer”