Desde hace seis años aproximadamente, vivimos una secuencia incansable de “inestabilidad, esperanza y fracasos”. Inestabilidad evidente, que se comprueba en haber tenido seis presidentes de toda especie y naturaleza política, cada uno fruto de enemistades y recelos, de envidias y también, de odios latentes, esa suerte de caldo hirviente que llevamos muchos peruanos en medio de nuestra sangre, una sustancia de resentimientos que se calientan en ollas de presión popular.
Y si hablamos de esperanza, es muy simple: siempre tenemos esperanza, pero nunca luchamos por hacer de la esperanza una realidad, sino que miramos con indiferencia las responsabilidades de esa misión, para que “que otros” lo hagan. Y entonces viene el fracaso, del cual siempre nos levantamos, y del cual siempre nos olvidamos, lo borramos de la memoria automáticamente, sino, es imposible creer que la terrible historia de los sanguinarios crímenes del partido comunista Sendero luminoso y del MRTA no son conocidos, estudiados, informados, comunicados y explicados en todas las escuelas y universidades del país, como una especie de Cátedra por la Paz y la Memoria Nacional; un recuerdo del sufrimiento sí, pero recuerdo y homenaje a los que nos dieron la victoria resistiendo y reconstruyendo al Perú.
Y sumemos más, porque nos estamos olvidando de doscientas mil familias que perdieron a sus padres, madres, hermanos, hijos, nietos y amigos muy cercanos, debido a la gravísima irresponsabilidad y corrupción del gobierno de Martín Vizcarra y sus aliados de las izquierdas comodonas, eternamente empleadas en el Estado, siempre financiadas con nuestros impuestos (los caviares y artistas en decadencia, los progres de la academia que no publican nada edificante, las ahora autodenominadas ambientalistas que protegen la contaminante minería ilegal, los ecosubversivos, los oenegeros de la violencia que discriminan cuando hablan de los derechos humanos).
Como ven, la historia en el Peru borra el dolor y las tragedias, en vez de mencionarlas para no repetirlas, para poder estar preparados –anticipadamente- ante cualquier advenedizo y adversidad. Por ello, hoy que la violencia estimulada, organizada e impulsada desde los restos del partido comunista Perú libre y la horda de pequeños movimientos plagados de la ideología del odio se empecinan en activar contra el país, pensamos y “creemos que nada nos puede pasar” y que “esos” son pocos y así se extinguirán… pero no reflexionamos, no recordamos, no analizamos, porque no es así.
El comunismo no es una empresa visible en estos tiempos, sino una maldad escondida en lenguajes, actitudes y acciones que las tratan -ellos-, como logros y hasta hazañas para imponer un discurso, un comportamiento y una decisión (¿Entienden? lenguaje-discurso; actitud-comportamiento; acción-decisión). Frente a esa trinchera de donde escondidos saltan los operadores de la subversión, ¿Qué hacemos? ¿Cómo respondemos? Muchos, en silencio; muchísimos más, con indiferencia; muy pocos con palabras, ejemplos y soluciones.
Les repito y les pido que disculpen la insistencia: al lenguaje y discurso miserable del odio se responde con palabras que se construyen con argumentos; a la innoble actitud y al comportamiento agresivo de las izquierdas se responde con ejemplos de vida y realización; a las acciones cobardes y sangrientas, a las decisiones de muerte y venganza de la subversión se responde con soluciones de Paz y unidad nacional, fundamentadas en la sensatez, el patriotismo y la mayor energía y entereza que debemos mostrar, sin permitir ninguna afrenta ni traición, sin perdonar, sin olvidar.
No más tiempo a los extremistas, no más violencia subversiva a las izquierdas, ese es el sentimiento, el deseo y la voluntad de todos los peruanos.