El nuevo imperio turco estableció su capital en Nicea, donde masacraron a los fieles de Cristo, impusieron un tormento mucho peor que la muerte a las vírgenes, circuncidaron a los niños.
Para liberar Jerusalén, dominada por los turcos en 1073, cuatro grandes ejércitos partieron de diferentes regiones de Europa, planeando reunirse en Constantinopla.
Godofredo de Bouillon: prototipo del auténtico cruzado
El ejército comandado por Godofredo de Bouillon estaba compuesto por 90.000 guerreros -de los cuales 10.000 eran caballeros- franceses del norte y del este, belgas y alemanes. También participaron sus hermanos: Balduino y Eustaquio. Tras la conquista de Jerusalén, en 1099, Balduino fue su rey y Eustaquio volvió a Francia donde, al enviudar, se hizo monje.
Santa Ida, madre de estos valientes guerreros, donó toda su fortuna a beneficio de la Cruzada. Godofredo puso su ejército bajo la protección de San Miguel Arcángel.
Los príncipes y caballeros miraban a Godofredo como su modelo, los soldados como su padre y el pueblo como su apoyo. Era “un hombre magnífico moral y físicamente, alto, de hombros anchos y cabeza altiva, dotado de una fuerza y un coraje sobrehumanos, pero al mismo tiempo modesto, generoso, con una piedad ejemplar, prototipo del auténtico cruzado” [1].
De joven, por una interpretación equivocada de la obligación de fidelidad al emperador, había apoyado al impío Enrique IV contra el Papa San Gregorio VII. Pero se arrepintió profundamente de su pecado y juró ir a Tierra Santa.
Obispo Ademar de Monteil: coordinador de los ejércitos
El conde Hugo de Vermandois, hermano del rey de Francia Felipe I -que fue excomulgado-, capitaneaba los guerreros franceses de la región central, así como los de Normandía traídos por el duque Robert Courteheuse, hijo de Guillermo el Conquistador.
Sin embargo, tras participar en la toma de Antioquía en junio de 1098, Hugo vuelve a Europa…
Raimundo de Saint-Gilles, conde de Tolosa, comandó 100.000 cruzados del sur de Francia, bajo la guía espiritual del obispo Ademar de Monteil, que había peregrinado a Tierra Santa y conocía todos los problemas de Oriente.
Saint-Gilles se llevó a su esposa y a su hijo pequeño con él. Aunque fue un gran guerrero, en varias ocasiones se dejó llevar por los celos y tuvo serias desavenencias con los jefes cruzados.
El cuarto ejército estaba a las órdenes de Bohemundo, príncipe de Tarento -sur de Italia-, ayudado por el valeroso Tancredo, duque de Sicilia y Calabria. El primero era hijo y el segundo, nieto del célebre Roberto Guiscard, de raza vikinga, fallecido hacía unos diez años.
La responsabilidad de coordinar las acciones de los jefes del ejército fue encomendada por el Papa Beato Urbano II al obispo Ademar de Monteil. Al comienzo del viaje de los cruzados del sur de Francia, este valiente prelado los bendijo y cantó la Salve Regina cuya composición, según algunos autores, es suya.
Los cruzados derrotaron al sultán de Nicea…
A principios de 1097, los cuatro ejércitos se reunieron en Constantinopla, que se había sumado al Cisma de Oriente cuatro décadas antes, rechazando al Papa. El emperador de Bizancio, Alexis Comneno, además de ser cismático, era un individuo astuto y falso.
A cambio de ayuda alimentaria a los cruzados, Alexis exigió que todos los territorios conquistados por ellos pasaran a formar parte de su imperio. De espíritu traidor, se puso en contacto con los turcos para atacar a los guerreros católicos en su marcha hacia Jerusalén.
En mayo de 1097, los cruzados se reunieron cerca de Nicea, donde siglos antes se habían celebrado concilios ecuménicos. La ciudad estaba rodeada de sólidas murallas y amplios fosos.
Los cruzados contaban con 600.000 infantes, incluidos soldados y peregrinos de ambos sexos, y 100.000 jinetes. Fue necesario pasar una semana preparando arietes, torretas rodantes, catapultas, para iniciar el combate previsto para la solemnidad de la Ascensión de Nuestro Señor.
El sultán que gobernaba Nicea se había retirado previamente de la ciudad para reunir a los musulmanes en las cercanías para luchar contra los cruzados. Bajo su mando, miles de infieles atacaron a los de Cristo, quienes se defendieron con firmeza y pasaron a la contraofensiva.
Los rayos de un sol abrasador hacían brillar en la llanura el oro y la plata de los yelmos y escudos de los cruzados. “Los caballeros, con sus lanzas en alto, formaban una especie de muralla de hierro vivo y vibrante. Al ver esto, el terror se apoderó del corazón de los turcos” [2] quienes, dirigidos por el sultán, huyeron despavoridos, dejando 4.000 muertos y muchos prisioneros.
Los cruzados, entonces, con “sus máquinas arrojaron más de mil de aquellas cabezas [de los turcos] hacia la ciudad” [3], para comunicar a los habitantes la derrota de su sultán.
… pero el emperador Alexis se apoderó de la ciudad
Los sitiados enviaron flechas envenenadas a los cruzados; cualquier herida que causaran era mortal. En lo alto de la muralla, un arquero musulmán de gigantesca estatura disparó flechas que mataron a innumerables católicos.
El bruto caminaba sobre los muros gritando insultos contra Dios y los nuestros; jactancioso, a veces se quitaba el peto, arrojaba el escudo y bramaba más fuerte. Godofredo preparó una catapulta y, cuando el pecho del gigante quedó desnudo, lanzó una piedra que lo mató al instante; su cadáver cayó a los pies de los cruzados.
Luego los cruzados, precedidos por obispos y sacerdotes, hicieron una procesión alrededor de la ciudad durante la cual se roció agua bendita y se rezaron oraciones.
Mediante una artimaña, los cruzados consiguieron derribar una importante torre de Nicea y estuvieron a punto de conquistar la ciudad. De repente, barcos griegos aparecieron en el lago adyacente a la ciudad, trayendo al emperador Alexis y muchos soldados de Constantinopla. Alexis declaró que Nicea pertenecía al Imperio bizantino y se apoderó de ella. [4]
Los cruzados nada pudieron hacer contra esta actitud traidora y continuaron su marcha hacia Antioquía en junio de 1097.
Por Paulo Francisco Martos
(Lecciones de historia de la Iglesia)
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[1] DANIEL-ROPS, Henri. A Igreja das catedrais e das Cruzadas.São Paulo: Quadrante. 1993, v. III, p. 488.
[2] DARRAS, Joseph Epiphane. Histoire Génerale de l’Église. Paris: Louis Vivès. 1875, v. XXIII, p. 455.
3 MICHAUD, Joseph-François. História das Cruzadas. São Paulo: Editora das Américas. 1956, v. I, p. 196.
[4] Cf. MICHAUD. Op. cit., v. I, p. 66, 206, 226; GROUSSET, René. La epopeya de las Cruzadas. Madrid: Palabra. 2014, p. 19; DARRAS, Joseph Epiphane. Histoire Génerale de l’Église. Paris: Louis Vivès. 1875, v. XXIII, p. 366, 453, 457 passim.