¿Estás seguro que ese es el título? –me preguntaron mis hijos en casa, porque antes de enviar este artículo les pedí su opinión. Y sí, asi se titula una suma de palabras que tratarán de hacer entender porqué es tan inentendible el Perú, un país que tiene todo, que siente todo, que ama todo, hasta sus desgracias.
En nuestra querida y adolorida nación, nos hemos acostumbrado a ser manipulados a diario para ingresar automáticamente -autómatas por descarte- a un mar de contradicciones que debemos aceptar, como si fuera el escenario natural de nuestra existencia. Hemos pasado además, de las contradicciones a las complejidades del absurdo, donde la negación es positiva, donde el fuego es agua y donde la democracia es lo peor que nos puede pasar. Es durísimo decirlo, es dificilísimo explicarlo sin caer en dudas, porque resulta inaceptable que siendo cierto, nos callemos y muy dentro de cada uno -mientras tanto-, exista ese punzante pensamiento de querer hacer algo para pisar el terreno de la razón y derrumbar el mito eterno de la sinrazón, algo tan peruano y tan desdichado que pudiendo parecer una condena, a veces se ilumina como tabla de salvación. Lo pensamos y no hacemos nada, porque sin hacer nada, puede resultar favorable el final inesperado. ¡Vaya que somos incrédulos e incomprensibles!
País de contradicciones, es verdad. El Perú está bendecido por ejemplo, por la informalidad, sin cuya extensa pradera hubiésemos sido el campo del reinado de Sendero luminoso hace tiempo. Allá donde a otras naciones les condena, a nosotros nos protege la informalidad y por eso, lean bien, por eso no avanzan las torpes ideas colectivistas o estatistas que tampoco saben “venderse” a las multitudes de avasallados por la ignorancia provocada. El populismo y la demagogia no pueden vencer el sentimiento, la carrera aspiracional de comenzar en la informalidad, el camino del futuro de cada peruano con ideas de progreso y desarrollo.
Y aquí vienen varios que preguntan: ¿Y porqué todo esto?
Fíjense bien: No escuchamos por los oídos, no vemos con los ojos, no hablamos ni con señas, ni con un lenguaje de todos, porque tenemos rostros de algunos y miradas ausentes. ¿Se dan cuenta de esta complejidad? No es una reflexión, es la radiografía de la política del momento. Somos sordos ante ideas y propuestas porque nos gusta la imposición del más torpe. Somos ciegos porque nuestro deporte favorito es la indiferencia. Estamos mudos e inmóviles porque como no vemos ni escuchamos, pues… ¿Para qué movernos?
Un país de cada uno, no es un país de todos. Por eso tantos torpes quieren ser presidentes, por eso tantos limitados quieren ser gobernadores regionales, por eso tantos alcahuetes quieren ser alcaldes y así continúa la lista, interminable. ¿Algún día será cierto que tendremos más candidatos que electores? En el Perú, todo es posible, nunca lo olviden, lean hacia atrás y verán que es lo único cierto en la incertidumbre.
Estamos ahora en uno de esos momentos clásicos donde la tormenta avanza sobre nosotros y sabiendo que viene el huaico, nos hemos colocado en la torrentera esperando que venga el barro con el agua y las piedras, porque queremos ser espectadores de primera fila. No es un suicidio, no insultemos la inteligencia que nunca usamos, se trata de estar allí, simplemente eso.
¿Y ante tanta contradicción, ante tamaño espectáculo de irracionalidad, debemos suponer que nunca terminará esta secuencia de crisis, peleas, odios e iras? Es difícil responder, porque la negación puede ser verdad y la verdad se puede contradecir. Sin embargo, es el Perú tan maravilloso y extraordinario que parecería que al estar en el fondo del abismo, esa profundidad nos dará un impulso, una fuerza inimaginable que nos llenará de vitalidad para reconvertir la mirada en observación, la voz en palabra y el escucharnos en comprendernos para no cerrar el camino de todos, donde cada uno siembra pasos de confluencia ciudadana.
Como verán, es fácil escuchar, es simple mirar, es necesario hablar. Y por eso, el país requiere lideres y no charlatanes, dirigentes y no manipuladores, ciudadanos y no espectadores en silencio, invisibles y miedosos. Esa es la tarea: ciudadanos.