Puede que todo el mundo en Turquía, en su región y en los países con intereses allí o preocupados por su futuro político esté de acuerdo en que las elecciones presidenciales y parlamentarias de esta primavera serán las más importantes para todas las naciones implicadas. Para maximizar la oportunidad de que el electorado turco acuda a las urnas, tras calcular factores externos como la peregrinación musulmana del Haj, una festividad religiosa y los exámenes de acceso a la universidad, el presidente Erdogan adelantó la fecha de los comicios del 18 de junio al 14 de mayo.
En su edición del 20 de enero, The Economist llevó las elecciones turcas a portada con el titular «La dictadura que se avecina en Turquía». «Cuanto más tiempo lleva en el poder, más autocrático vuelve Erdogan», afirmó el semanario. Que también recordó a sus lectores que «Erdogan comparó una vez la democracia con un viaje en tranvía: cuando llegas a tu destino, te bajas». Y concluía:
El comportamiento de Erdogan a medida que se acercan las elecciones podría llevar lo que hoy es una democracia profundamente defectuosa, al borde de una dictadura en toda regla.
El trato que da Erdogan –a través de un poder judicial totalmente sometido– a uno de sus potenciales rivales, el alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu, que derrotó al AKP del presidente en 2019, es revelador. Un tribunal condenó al popular regidor a una pena de dos años de prisión y a inhabilitación para dedicarse a la política por llamar «idiotas» a los funcionarios electorales que habían anulado su primera elección». (Imamoglu ganó dos veces). Si su condena no es anulada o revocada, ese veredicto podría sacar a Imamoglu de la carrera presidencial.
El fallo judicial no sorprendió a nadie. Erdogan tiene por costumbre utilizar los tribunales a su conveniencia. En 2020, el número de alcaldes kurdos encarcelados ascendió a 21. El régimen de Erdogan nombró administradores en 45 de los 65 municipios en los que resultó ganador en los comicios de 2019 el prokurdo Partido Democrático de los Pueblos (HDP).
El HDP, la segunda formación opositora, suele obtener entre el 10 y el 14% de los votos nacionales; numerosos observadores creen que puede ser el partido clave de los próximos comicios. Erdogan está trabajando para disolverlo antes de las elecciones de mayo. De hecho al Tribunal Constitucional turco ya se le ha pedido que dicte la proscripción del HDP, que cuenta con 56 diputados en el Parlamento. Hay una causa abierta contra este partido que pretende prohibir a 451 de sus integrantes la actividad política organizada y la afiliación a partidos políticos durante un periodo de cinco años, así como la confiscación de los bienes de la formación.
El pasado día 5, el Constitucional accedió a la petición del fiscal jefe del Tribunal de Casación de que se aplicasen medidas cautelares para congelación de las cuentas bancarias del HDP, en las que se depositan los fondos públicos que tiene derecho a recibir como partido con representación parlamentaria. Incluso la mera congelación de activos privará al HDP de los medios para financiar su campaña electoral.
Son muchos los países interesados en lo que suceda en los comicios de mayo. En esa votación se verá si los turcos están contentos con su régimen malhechor o si prefieren un realineamiento político prooccidental. En caso de que Erdogan sea derrotado, «su sucesor transformará Turquía en un actor distinto en política exterior, más cómodo con su posición como país occidental», afirma Sinan Ulgen, director del think tank estambulita EDAM.
Erdogan ha socavado la seguridad de la OTAN de innumerables formas estratégicas. Es ideológicamente antioccidental. Es un revisionista que sueña con revivir su adorado –ni mucho menos lo oculta– «glorioso pasado otomano». Su influjo desestabilizador en la política regional e internacional desde que asumió el poder en 2002 es indiscutible. El otro día podía leerse en el Washington Post:
La visión del mundo de Erdogan es “mucho más radical de lo que la mayoría de los occidentales piensa”, dice el analista político Selim Koru. Sus ambiciones para el entorno inmediato de Turquía, donde Ankara es cada vez más influyente, no buscan complementar la influencia estadounidense y europea, sino “reemplazarla y contrarrestarla”, agrega Koru.
El exconsejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos John Bolton ha pedido a la alianza militar OTAN que expulse a Turquía de su seno y dé apoyo a los partidos de la oposición turca. Bolton acusa a Ankara de no comportarse como un aliado. En un artículo de opinión publicado en el Wall Street Journal, el norteamericano criticó la actitud «divisiva y peligrosa» de Erdogan y sus «beligerantes políticas regionales».
Bolton instó a Occidente a tomar «medidas audaces para contribuir a garantizar que la oposición interna obtenga un trato justo en las próximas elecciones presidenciales», y añadió que «los votantes turcos tendrán la oportunidad de tomar las riendas de su país».
Tiene razón. Pero también podría haber aquí un elemento contraproducente. Cuando las críticas a Erdogan proceden tan abiertamente de lo que muchos votantes turcos siguen considerando «infieles que odian a los turcos, imperialistas y antiguos colonialistas que odian a Erdogan porque se opone a ellos», incluso algunos que se muestran escépticos con Erdogan tienden a sentir que «debemos estar unidos detrás del líder de nuestro país».
La furia por la portada de The Economist y sus informaciones sobre las elecciones turcas es la mejor prueba. El portavoz de Erdogan, Fahrettin Altun, clamó:
¡Ya estamos otra vez! The Economist recicla su descripción [de Turquía] intelectualmente perezosa, aburrida e ignara (…) Parece que se siente obligada a anunciar el fin de la democracia turca regurgitando clichés, desinformación y propaganda descarada.
Un gran coro de periódicos turcos se sumó a la propaganda gubernamental de que toda crítica de Occidente, incluso de medios independientes no estatales, es prueba de un odio secular a Turquía. Imamoglu, que podría presentarse como candidato contra Erdogan, afirmó:
Es muy evidente quién se beneficia de esas críticas [occidentales] al Gobierno.
Las elecciones turcas de 2023 no sólo serán un duelo entre los turcos que quieren libertad y desprecian el régimen islamista, por un lado, y los que prefieren pasar hambre mientras sueñan con los tiempos otomanos, por el otro. También promete marcar el rumbo global turco durante al menos los próximos cinco años.
© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio
Un artículo de Burak Berdil, Periodista turco. Escribe en Hürriyet Daily News y es miembro del Middle East Forum.