Es evidente que a las izquierdas en el Perú les gusta el dinero ajeno y si es del Estado, o sea proveniente de lo que cada ciudadano paga por sus impuestos, en forma directa o indirecta, para ellos es mejor, porque cuando roban (guerrillas, terrorismo, mini cárteles sindicales o en alianza con el hampa) son fácilmente identificables y sancionadas, pero cuando lo hacen desde el gobierno o inmiscuyéndose en algún tipo de gobierno local, regional o nacional, les resulta muy práctico porque el imán de atracción para conseguirle lo mismo a sus camaradas del delito es vital y el ventilador del daño, absolutamente fatal para sus destinatarios (el pueblo que es indiferente a lo que sucede).
Los acontecimientos de violencia irracional en el sur andino del país, no son exclusivos o caracerísticos de sus poblaciones, gentes trabajadoras, esforzadas y con ansias de progreso y desarrollo. Lo que ha sucedido y viene ocurriendo pero en menor “intensidad” y con desbordante efecto de propaganda, es obra de una estructura política diseñada, fabricada en Bolivia y que por muchos años, se ha ido sembrando en las mentes de personas fácilmente “conquistables”, en ignorantes, desesperados, resentidos y fanáticos del odio. Esa es la verdad.
¿Son muchos los que caen en ese juego de manipulación? No, no son muchos, lo que pasa es que los manipuladores son activos, consecuentes en su labor diaria, poseídos por un dolor intenso que les hace ver culpables en cualquier voz distinta, en cualquier rostro que no sea el que ellos observan al levantarse, frente al espejo (con sus caras marcadas de severidad y cólera) y lo hacen “sentir también en otros hacia los demás”, sembrando el chip de la irracionalidad, de la pelea en todas sus formas posibles.
No existe dolor permanente para el sentimiento popular en la región Puno, ni en Ayacucho, ni en Cusco. Es un eje de cóleras, de iras, de miradas en el vacío. Es una franja donde ha calado el populismo y la demagogia por un lado, donde está el convencimiento de ser víctimas que necesitan cobrar por “su igualdad”. Pero, ¿No es muy severo decirlo? ¿Porqué mentirles entonces, si se les debe de decir? Hay que explicar la verdad, tan simple y transparente como se requiere: les han dañado el pensamiento y tienen que reverdecer sus opiniones, porque están en llamas, ardiendo, secas y contaminantes de un humo explosivo.
Y en esa podredumbre de mensajes que les dan estímulos al odio y mayor cólera, los politizados medios de comunicación juegan un rol de daño moral incontrolable, eso es lo que más asombra en la escena del conflicto provocado, porque las partes en los lados –no siempre en pugna, pero sí divididas-, no se odian, sino que están siendo estimuladas en el odio permanente, como cuando se dice esa manoseada palabra “revolución”, que ahora se entiende como “arrasar, liquidar, derrumbar, aniquilar, matar al otro” por el daño que te ha hecho. Pero a la vez, uno pregunta: ¿Y que daño te hiceron? “No lo sé, pero duele”.
El país entero está partido en mil pedazos que se unen por emociones temporales y se dispersan por sensaciones eternas. Frente a tan incomprensible escenario que se sostiene en lo inimaginable, las izquierdas están en ritmo de locura, practicando mensajes contradictorios cada día, retrocediendo tres y tres más, porque nunca avanzan. Y de allí viene la angurria del minuto diario, el tic tac (no es tic toc) del viejo reloj al que le dan cuerda y se detiene a la misma hora. Eso es la izquierda o las izquierdas en el Perú, un viejo reloj, oxidado, que retrocede, que nadie usa ni consulta. Y como están en ritmo de locura, pretenden hacernos creer que el escenario de la hora presente es el mismo que el de los años 1978-1979 cuando se promovió la Asamblea Constituyente y se presionaba con muertos y heridos, con paros y sangre, con el mismo odio que ahora se vomita en redes sociales y hace que se empuje a las calles a los ignorantes y a los fanáticos, para que juntos –ellos- sean los nuevos cadáveres que justifiquen lo que sea, sobretodo el salario de los líderes ocultos de las izquierdas.
Eso que sucedió, no volverá a ocurrir. Las izquierdas van de menos a nada.