Desde hace varios años, el Perú es como el objetivo buscado de los cárteles de la política latinoamericana más extremista, dividida entre los gobiernos que se concentran en el Grupo de Puebla y los que se esconden en el Foro de Sao Paulo. Se concentran los que andan perdidos y se esconden los que tienen miedo de asumir algún tipo de liderazgo, pero al final, en ambos bandos o pandillas de la intolerancia, se nota que el odio y la violencia son el emblema que los une en algo tan repugnable como es la captura de otros estados bajo su manto explotador.
Por ejemplo, Bolivia ha pasado décadas en la locura de cambiar su imagen de país a la deriva, con espacios cortos de templanza, para caer siempre en las garras de un pensamiento “indigenista” de resentimientos, donde su salida al mar ya no es una esperanza cierta, ni siquiera un anhelo nacional, sino la excusa perfecta para el discurso populista de cada elección presidencial. Viven su supuesto aislamiento y disminuída presencia internacional, apelando a ser víctimas de no tener mar. Pero en ese discurso se esconde en realidad la incapacidad e ignorancia de sus gobernantes, porque el mar no es un símbolo de unidad para el progreso, ni un himno de ilusiones hacia el desarrollo. El culpable de sus desgracias históricas en este siglo de la oscuridad, es Evo Morales, un resentido, convicto y desubicado jefe de la demagogia barata que ha usado discursos de guerra para enfrentar a su pueblo contra su pueblo.
Lejos de su caída y sucesión por uno de sus “delfines” (paradojas de la vida, sin mar y con delfín) Evo Morales quiere expandir sus miserias y las de Bolivia hacia el Perú, donde es rechazado en cada palabra y mirada que brinda cuando rodeado de lujos y militantes de las izquierdas más renegadas, se aparece por Lima, Cuzco o Puno para soliviantar a los ignorantes.
Le ha ido tan mal a Evo, que ahora no puede ingresar al Perú, al haberse atrevido a emitir juicios de condena en los asuntos internos de la nación soberana que lo veía pasar, lo escuchaba gritar, pero no le torleró más atrevimientos ni ofensas.
Evo fue la semilla del mal que no germinó y como él, ni López ladrador, ni Ortega y Murillo, ni Zelaya y Xiomara “la mara” o el criminal de Petro pueden ni podrán hacer que se silencie la importante voz de un pueblo que no acepta el odio.