La violencia nunca ha dejado de existir, tampoco la delincuencia. Lo que hoy tenemos en el mundo, es una terrible mezcla de nuevo “gen”, un ADN en particular que ha sido moldeado en una triste Venezuela ensangrentada en sus principios y valores, cambiados por eso que se denomina el socialismo del siglo XXI, la inyección del odio, maldad, nueva criminalidad “natural”, esencia de venganza por todo y contra todos y a la vez, una especie de búsqueda de poder irracional y temporal para servir a los propósitos innobles y degradantes de sus gobernantes, haciendo de la muerte un símbolo de jerarquías.
No se trata de estigmatizar –eso no es lo que pretendemos y si se interpreta de esa forma, les pedimos leer lentamente-, porque lo que buscamos con objetividad es descubrir porqué en los países donde los niveles de delincuencia y criminalidad se han vuelto más violentos y organizados, el hampa en todas sus expresiones, el mapa de los actores, distingue a los venezolanos como grupo con identidad extrema y características de agresividad nunca registrados en la historia.
La relación odio-violencia y dominio-impunidad ha sido sembrada y contagiada a los que no siendo de igual procedencia “no se pueden quedar atrás y tienen que responder”. Es decir, bandas contra bandas, clanes contra clanes, mini cárteles contra modelos de cárteles zonales –más pequeños, pero cárteles al fin- ensañados en proseguir, intimidar, eliminar, arrasar, dominar y permanecer controlando espacios territoriales desde donde dominan también decisiones locales en la economía, la seguridad, las relaciones sociales, el gobierno y la vida de sus víctimas y los que andan en silencio, contemplando su derrota.
Vean lo que dice Luis Izquiel, abogado penalista, profesor de Criminología en la Universidad Central de Venezuela (UCV) y coautor del libro “Revolución de la muerte: 20 años de crimen, violencia e impunidad en Venezuela”:
“El delincuente venezolano es -un delincuente- muy violento porque, entre otras cosas, en el país con mayor tasa de homicidios de Latinoamérica, tiene que competir con otros delincuentes. Es decir, cuando un delincuente acá forma parte de una banda tiene que competir con otros delincuentes, de otras bandas que son sumamente agresivas. Ese es el marco de la delincuencia en nuestro país”.
Existe por tanto, un aliciente de competencia para reinar y sobrevivir reinando en el extenso mundo de la criminalidad, pero añadimos lo que señalamos líneas arriba: la delincuencia se ha “minicartelizado”, se compone de mini cárteles que se enfrentan en dominios de consecución de dinero y poder. Es como en el pasillo de una cárcel donde o eres parte de un grupo de ese pabellón, que rinde cuentas a los que están dominando el pabellón, o eres parte de un grupo adverso que se quiere liberar de los que imponen el control y las cuotas, queriendo ser los nuevos dueños del pabellón (reemplazos entre dueños de áreas).
Y si ese marco referencial se da en medio de un gobierno ideologizado de izquierda extremista como el que tuvo Venezuela con Chávez y luego lo asumieron sus herederos Maduro y Cabello, el recurso de la violencia para subsistir y dominar es imparable, pero ahora hay que sumar que esa mayor generación de delincuentes ha procreado familias enteras dedicadas exactamente a lo mismo, pero con una agresividad y violencia interminable. Un nuevo producto nació: el delincuente callejero del socialismo del siglo XXI y por su evolución, se va profesionalizando y se agrupa “en clanes y trenes” que son la suma de subgrupos o vagones de un mismo clan y tren. No se puede desmenuzar, están adheridos a lo mismo y crecen, todos siguen creciendo.
El gen criminal se ha hecho parte del aire que respiran desde niños miles de venezolanos y cuando uno observa las reacciones de muchos jóvenes y adultos al ser requeridos para un control migratorio por ejemplo, se asombra del nivel de respuestas y los agravios que lanzan reclamando que a ellos, nadie les pide, dice ni ordena nada y que más bien, “ellos tienen derecho” a exigir subvenciones, casa, alimentación, salud, transporte y lo que deseen (y no están dentro de su país, sino en uno ajeno que los recibe como gesto de solidaridad, pero que ha sido rebalsado por la violencia y sinrazón de los migrantes del odio, del socialismo del siglo XXI).
Y entonces esa frase que dice “son uno cuantos” no es verdad, porque son miles y siguen llegando otros miles. Y los muchos venezolanos que trabajan, y los muchos venezolanos que se integran, y los muchos venezolanos que respetan la tierra que los acoge, son avergonzados por los clanes y trenes de las hordas criminales del socialismo del siglo XXI, que nadie pone freno, cárcel y fin.
Menciona también, en una lúcida entrevista con El Líbero (de Chile) el profesor de Criminología en la Universidad Central de Venezuela (UCV), algo que puede parecer común en América Latina, pero que en Venezuela chavista se ha exacerbado y vuelto paisaje natural:
“Muchos jóvenes, sobre todo en los sectores populares, se crían en entornos donde lo que ven son armas, proliferación de armas de fuego sin ningún control por parte del Estado, pandillas delictivas que gobiernan, ejercen gobernanza criminal en esos sectores populares donde crecen muchísimos jóvenes, hay una deserción escolar importantísima en nuestro país, hay una baja calidad educativa de los que están en el sistema y otros sencillamente nunca entran al sistema educativo de Venezuela. Hay tasas de pobreza muy grandes, hay hambre, hay adicciones a las drogas y al alcohol, sin control por parte del Estado. Hay muchísimos hogares desestructurados donde no hay padre, son jóvenes que se crían sin padre y a veces la mamá tiene que salir a trabajar y se crían solos, con la hermana de mayor edad, o el hermano, haciendo las veces de madre o padre de esos niños que se quedan mucho tiempo solos. En ese entorno es que se crían muchas veces los delincuentes en Venezuela. (sin embargo) hay otros que se crían en esos entornos pero no salen (no se convierten en) delincuentes, tienen lo que se denomina resiliencia, pero los delincuentes venezolanos provienen, la mayoría, de los sectores populares y se crían en estas circunstancias de violencia y de problemas sociales”.
El nuevo delincuente venezolano tiene irrespeto absoluto a la vida, menosprecia totalmente la vida, es un “mara fanatizado en la violencia de nueva generación” que no acude a los tatuajes ni a los ritos, sino a otra forma de símbolos y militancia, con los placeres, con el dinero, con el uso de las armas en todo momento de la vida para resolver o imponer, sin existir la palabra decisión, porque en su neo lenguaje es acción y muerte. Lo irracional es su sentir, el impulso es la envidia, el odio, la sangre, acelerar víctimas, sembrar miedo y terror.
Y un gran problema que hay que entender es que los delincuentes venezolanos “aman a los medios” y se esfuerzan por lograr “fama entre iguales y sentirse superiores a sus iguales” y buscan ser colocados en las primeras planas porque en Venezuela no se da cobertura mediática completa al crimen extremo, sino que se publica una nota medio escondida en los periódicos o se calla en las radios y la televisión nacional.
“Los delincuentes no son expuestos en los medios de comunicación cuando matan a un funcionario policial y tampoco se crea una gran conmoción, ni en los cuerpos policiales, ni en la sociedad. Estamos hablando de un país donde eso ocurre con muchísima frecuencia y se ha normalizado la muerte. Por eso señalo que estos jóvenes a lo mejor tenían esa conciencia, esa creencia de la realidad venezolana, y la trasladaron allá donde las cosas son completamente distintas”, como ocurre ya con frecuencia en Chile, en Perú, en Ecuador.
Sin arrepentimiento, al contrario, los delincuentes más jóvenes (incluidos menores de edad) de la nueva generación del socialismo del siglo XXI acuden a un gran elemento de apoyo: las redes sociales. Es usual que aparezcan en Facebook e Instagram luciéndose con sus armas y grandes fajos de dinero, también es común que se publiciten consumiendo drogas o abusando de una persona –disparándole o matándola inclusive-, con nuevos cortes de cabello, gorras de letras grandes y cadenas de oro que se cuelgan como trofeos de belleza en su miseria humana, mientras ponen de fondo canciones regetoneras o raps de moda, en una especie de espectáculo del delito, justificando el dominio, las armas, el dinero, las drogas y la música como en una campaña pro criminalidad.
Los comentarios en las redes sociales, de los seguidores y los que aspiran a ser “como ellos” son como juramentos de fraternidad, adhesión o admiración, porque se ha vuelto normal en el socialismo del siglo XXI esa etapa de la vida que no la reprime ni castigan los chavistas, sino que la incentivan y alimentan a diario para perennizarse en un poder ilegítimo. Una sociedad, como la venezolana de hoy, sumida en un ambiente delictivo de tal magnitud, exporta víctimas pero sobretodo victimarios.
Y esos victimarios, asesinos, ladrones, malhechores, buscan mercados de oportunidad, sociedades menos violentas para violentarlas y dominarlas por espacios geográficos pequeños, por calles, por parques, por barrios, por distritos, por regiones, tal vez como en Venezuela, desde el poder local y nacional.
En Caracas por ejemplo, es bien complicado que una persona lleve mucha o regular cantidad de dinero, o tenga tarjetas con líneas de mayor magnitud que el equivalente a quinientos dólares (casi imposible), entonces el robo es bajo, unos cuantos billetes que no valen casi nada, un reloj que no alcanza para diez panes, un celular que tal vez se use a cambio de una docena de huevos, un auto –quizás- que sirva para efectuar secuestros al paso o sea empleado en un robo mayor. Pero entre todos esos crímenes, no sale un presupuesto de subsistencia y así, no queda otra que emigrar un tiempo y regresar, porque eso hacen: viajan, delinquen y cargan sus cuentas, acumulan y regresan para luego repetir la escena.
En un país como Venezuela donde se reporta que hay miles de ejecuciones extrajudiciales al año y no se explican desde el poder chavista –protegidas por el régimen chavista-, “el ciudadano común está acostumbrado al atropello porque –se vive o muere- en un régimen autoritario, un régimen donde prácticamente no hay Estado de Derecho. La gente está acostumbrada a los atropellos y entre esos a los atropellos de la policía -del régimen-. Y hay una gran impunidad (…) una impunidad de los delincuentes que asesinan policías -a diario-, una gran impunidad de las ejecuciones extrajudiciales y las violaciones a los derechos humanos en general”.
En ese ambiente social es que se forman en sus mentes los criminales, aprendiendo a normalizar el delito, la muerte, el asedio, el atropello, la maldad de un lado y del otro, del gobierno y de la delincuencia del socialismo del siglo XXI. Y sobre todo, existe una planificada estrategia del gobierno chavista, del criminal gobierno socialista del siglo XXI de Maduro, de exportar permanentemente la delincuencia y cuando se encuentra en problemas, de protegerla. Y para ese concurso, el gobierno colombiano se ha vuelto una caja de sorpresas y acciones encubiertas, como el caso de un asesino del resguardo civil de seguridad ciudadana que en Perú fue alevosamente acribillado por un militante chavista de la nueva generación y el presidente (del grupo extremista terrorista M-19) el alias “cacas” o Petro, lo encubre, protege y no permite su extradición.
Hablamos en consecuencia, de algo que podemos definir sin ambages, como “una nueva criminalidad” que proveniente de Venezuela, obliga –por decir alguna palabra-a imitar ese nivel de violencia y maldades a las bandas de cada país donde se disputan la primacía del delito, porque “los venecos” han escalado sobre los nacionales y se produce una disputa que está por comenzar a explotar en guerras de organizaciones rivales. He allí otro gran problema, mientras las organizaciones de derechos inhumanos, los medios y algunos gobiernos como el de Perú, Chile y Colombia castigan a sus fuerzas policiales, les impiden usar en defensa de la sociedad sus armas de reglamento y procesan judicialmente al agredido, en vez de encarcelar al agresor.
El explosivo e imparable número de venezolanos del socialismo del siglo XXI procesados o formalizados por asesinatos, asaltos, tráfico de drogas, secuestros y extorsiones, clonación de tarjetas de crédito, abuso de menores, feminicidios, ataques a la Policía y robos a jóvenes es elocuente, terrible, inmerecido para los países donde se les ha brindado bienvenida, malgastando recursos públicos para ayudarlos.
Los venezolanos que no cometen delitos, por otro lado, no se organizan para denunciar a los criminales connacionales, y eso es una muestra asfixiante de la dejadez o complicidad por el silencio, tal y como ha ocurrido en su nación, entregada por silencio y complacencia también, al comunismo, al chavismo o socialismo del siglo XXI.
Como se habrán dado cuenta, existe un perfil innegable sobre el delincuente que ha fabricado en serie interminable el socialismo del siglo XXI para el mundo y no sólo para América latina.
A cifras del 2018, en Chile para muestra, la incidencia de venezolanos formalizados se ha incrementado en 1967%, la correspondiente a migrantes colombianos en 162% y con respecto a los Bolivianos en 367%, lo que revela las procedencias que traen mayor socialismo del siglo XXI con dos gobiernos marcadamente de izquierda extremista (Bolivia y Venezuela) y uno en camino a serlo progresivamente (Colombia).
Debemos añadir en este informe los denominados “ajustes de cuentas” en la competencia por el control de zonas y donde la presencia de mujeres cobra mayor notoriedad en la dirección criminal. Ese fenómeno está creciendo y tiene ribetes de extrema agresividad y daño, haciendo que los ajustes o revanchas diarias tengan una “marca especial” de violencia y daños colaterales. En este sentido, ya se conoce de varias “dominadoras” venezolanas que dirigen pequeños grupos de prostitución y menudeo de drogas a escolares y jóvenes, así como el creciente mercado de los “sugar daddy” (viudos, solterones, busca amantes, tramposos, incautos sin pareja y ancianos solitarios o con esposas que no se dan cuenta de esta realidad) que se envuelven en financiar a jóvenes y muy hábiles delincuentes venezolanas que los exprimen financieramente a cambio de sexo, placeres eventuales y compañía ocasional, llegando en algunos y crecientes casos a usar la violencia si no les dan su semana o quincena o si se niegan a pagar sus consumos de celulares, tarjetas de crédito, alquileres de habitaciones y compra de ropa y drogas.
Ver una guapa jovencita venezolana bien arreglada, abrazada de un viejo “verde” es un paisaje que se está haciendo habitual en las calles de las principales ciudades de Lima, Ecuador y Chile. Esa es otra industria que se regula desde la delincuencia del socialismo del siglo XXI.
Finalmente, hay muchos otros aspectos más para tratar, pero es necesario resaltar los expuestos por el momento, ya que la industria del delito ha cobrado un nuevo rostro, más violento, más agresivo, mucho más impune y extensible: el del socialismo del siglo XXI.
Nota de Redacción: el presente Informe Especial es un trabajo que ha involucrado a un equipo de periodistas jóvenes desde Caracas, Bogotá, Santiago de Chile y Lima, bajo la coordinación de Ricardo Escudero y Carlos Gonzáles.
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