Nadie sabe tanto de las causas de los males en el país, que las propias víctimas, es decir 9 de cada diez peruanos. ¿Tantos Ricardo? -me preguntan en la universidad-. Sí, porque si hablamos tomando como ejemplo que somos 30 millones de peruanos, observamos diariamente que alrededor de un millón de empleados públicos (de más de un millón y medio) simplemente no trabajan, sino que están allí, en el mundo virtual de un denominado “trabajo” que nadie ve pero todos pagamos, que están desde sus cómodas y refrescantes oficinas obtenidas por un favor político, colocando sello más sello, papel tras papel, expediente sobre otro expediente e inventando reglamentaciones contradictorias y requisitos imposibles e inacabables, que enredan a la vez todo reglamento y supuesto conducto regular para que nada funcione, para que nada se logre, para todo se entrampe en el submundo de los anaqueles, archivos y polillas, salvo que se pague el “derecho a la ayudita y el toma que te doy” tan peruano.
Todo funciona perfectamente para que nada funcione, así es nuestro país y cuesta decirlo y cuesta explicarlo porque somos expertos justificando lo injustificable. Somos una sociedad en eterna pelea consigo misma, pero que a la vez busca ganar lo que sea mediante la suerte, el chiripazo, la tinka sicológica y la manipulación obsesiva, haciendo del arte de la ilusión presupuestal de los que carecen dinero, la esperanza que produzcan algo para quitárselos. Por eso, a ese millón de “conformes con sus sueldos y privilegios permanentes como empleados públicos”, hay que sumar dos millones más de sus entornos y relaciones complicadas, porque no vienen solitos los señores chantada y los coimeros de “un menú o un cevichito”, o las señoras encopetadas de mal genio y despeinadas en sus despachos de decisión, como tampoco quienes están en las mesas de recepción que no reciben nada o en las centrales telefónicas que no responden o desvían el anexo para aburrirte, o en las mesas de parte o antesalas de las firmas de contratos chiquitos o licitaciones enormes. Somos víctimas de los que asquean la carrera pública y ya estamos acostumbrados a esa película.
Por ejemplo, en el Congreso hay más de cuatro mil empleados, no puedo decir trabajadores, porque si los hubiera, hace rato que han debido ponerse en pie de lucha para no aceptar todas las inmoralidades y atrocidades que ocurren en ese antro del poder político. Pero no lo hacen, sino que se ponen de acuerdo con los dueños de la cantina para gozar de privilegios, bonos, favores, ingreso de familiares… corrupción. ¿No es así?
Tres millones de sinvergüenzas y manipuladores dominan a los peruanos que trabajan y se callan, que no son complacientes sino indiferentes por apatía y por costumbre, por la “desimportancia” de ver que en el Perú podrido de siempre, pero ahora maloliente y que envenena, simplemente “no pasa nada”.
Pero, ¿Qué hacemos si somos tan perfectos en la crítica y el malestar a cuatro paredes, si cuando debemos salir de esta cúpula de cristal, nos encerramos en el silencio y no actuamos, no nos rebelamos, no reaccionamos y no hablamos de lo que pasa y nos quedamos en silencio, apáticos, mirando de costado y muchas veces, criticando a gente buena que quiere hacer cosas buenas por el Perú?
Ese es el primer flanco, el detonante: si una voz se rebela y reacciona con principios y verdades, así no te guste su rostro o su tono, dale eco, refuerza su difusión, no la interrumpas, no te creas que sabes más o lo piensas mejor. No debemos ser envidia de un peruano, sino verdugos de nuestros enemigos, de los que quieren que la frágil democracia sea demolida.
Nos están llevando a un silencio mortal como forma eterna de vida, a una apatía inmunda como camino de vida, ¿Eso aceptas, eso quieres? Hay que unir y reaccionar, tenemos que ser reaccionarios, sino, mañana no habrá mañana.