La soberbia del periodista que alguna vez salta a la escena pública, es incontrolable, se llena en cada segundo de vanidad y envanecimiento que envenena sus columnas, opiniones y temores, como una paranoia mezclada con esquizofrenia golosa, con las ínfulas de odios que asquean. Miren ese desastre de vida o de lo queda de una vida que pudo ser prodigiosa y ejemplar, pero acabó donde comenzó, como con Velasco el dictador -de rodillas-, como con Castillo el golpista -también de rodillas-.
Transitar por más de una docena de emprendimientos no es malo, derruir esos emprendimientos porque “uno sabe más que todos y es gracias a que uno es el summun de la verdad y el juez implacable de la noticia y el comentario que hunde a quien sea” fue el precio del pequeño mordaz que iba y venía de un medio a otro por más dinero y acuerdos turbios, con media honra a un lado y media diginidad en el otro lado. Así fue como generaba sus ingresos, provocando despidos, maltratando gentes, hundiendo a quien sea y como sea, con tal de ser el verdugo de una horca creada para asustar y cobrar, a cambio de no ajustar la soga. Y esa horca, ese cadalso, ese paredón, estaba a precio de postor, como lo pide siempre el pequeño mercenario de tan noble profesión.
Sabe de algo, es cierto, pero adolece de mucho, es verdad. Hizo buen periodismo alguna vez, comenzó a dar pautas y cierta referencia, ingresó al terreno de los mejores pero se ensimismó vanidosamente y en ese trajín de egos, fue golpeando a su familia, a sus colegas, a sus impulsores, a los que le daban crédito para escribir y opinar. Y es en esa mezcla indecorosa que se fue a los extremos de la mendicidad para proclamarse el alter ego y caer secuencialmente, imparablemente, como ahora, que da tanta lástima, ahora que se encuentra solo, desubicado y pidiendo unas monedas, porque las de Judas, ya se las gastó.
Muchos lo leíamos y era plácida su redacción sin pormenores. Muchos seguimos sus programas en la televisión y hasta siendo invitados y discrepando ante él, el semidios del teclado y la pantalla, sentíamos grados de admiración. Pero en el mal periodismo, que llega con fuerza en la vejez de la vanidad, la sangre oscura se filtra de más glóbulos grises, de células que replican agresividad imparable. No hay forma de volver a los buenos tiempos, cuando el corazón de tan innoble persona, está debilitado por el hígado cargado de resentimientos, de no poder aceptar que la profesión es una sola, y no por ser bueno un tiempo en algo, se es el mejor en todo lo demás.
Acabar en un pasquín, es el peor fin.