El Perú es un país maravilloso por todos lados y terriblemente asediado por el retroceso o el estancamiento, también por todos lados. Tenemos lo que otros dirían “cómo quisiera solamente eso” y por supuesto, abunda lo que muchos asombrados expresan “porqué son así, siempre perdiendo, teniendo todo”. Y es que nuestra tierra parece estar debajo de una capa de controles que no sabemos despejar, debajo de una serie de miles de leyes, reglamentos y trámites que hemos creado, pero para no crear nada. ¿Es posible esa creativa autodestrucción a la peruana?
Nuestra realidad asombra y contagia si no tenemos virtudes, simplemente eso, porque nos acostumbramos a “construir alocadamente un país a la medida de cada uno” en vez de fortalecer y amar el país que es de todos. Horadamos nuestras venas y arterias, picamos lentamente nuestro cerebro con fuerza en una especie de autoenvidia colectiva (porque somos pedreros del cincel oxidado), resumimos nuestras penas y dolores, como angustias provenientes de la maldad de otros, siendo que esas penas y dolores, son nuestros productos nacionales patentados en cada segundo de la vida.
Un país maravilloso, que lo tiene todo y para todos, da dos pasos y se estanca, como si necesitase retroceder para destruir lo avanzado. Y si manifiestas una reflexión (análisis cierto) con respuestas (acciones y decisiones), te expones a que la destrucción sea muy amplia (como una oferta que viene gratuita).
Las contradicciones, los retrocesos, los estancamientos, son por miedo, nada más. Por un miedo a todo, invencible -supones- y promovido oficialmente por los gobiernos, parlamentos, niveles regionales, municipalidades, organismos de la burocracia estatal, pésima educación impuesta desde el estado con planes destructivos de cada gobierno, ausencia de valores, carencia de principios y nuevamente, sin virtudes en cada uno (como individuos regados en una mueca de sociedad). Los “malgenios de la política” quieren imponer siempre, modelos de estímulo a la autodestrucción de valores (cero respeto a los padres, cero imagen de maestros, cero ideal de familia, cero país).
Y si no hay confianza, pues, no existe unidad. Miren bien: somos un país informal, que tiene miedo de construir la formalidad como respuesta necesaria. Somos una nación políticamente idiotizada, invadida por los súper incapaces, porque tiene miedo de ser una nación instruída, formada, educada, en ascenso secuencial. ¿La rentabilidad de este drama existe? Sí, y no es una contradicción, porque el delito, la mentira, el odio, el resentimiento y el mensaje de quienes lo proclaman les es muy rentable, ya que “por miedo callamos y no hacemos nada por el país en su conjunto” (salvo escondernos ciegamente en nuestra ausencia de participación, creyendo que así protegemos a los nuestros, a la familia y lo que nos hace sobrevivir: trabajo, emprendimiento, a veces la Fe).
No estamos viendo por encima de nuestros miedos que hay un país maravilloso, con familias extraordinarias, con millones de jóvenes buscando voces de liderazgos sostenibles, con millones de acumuladores de juventud (llamados adultos mayores) que necesitan convertirse en voces ardientes de una mejor Democracia, de una auténtica Libertad, en vez de “estar viendo pasar, como siempre, el drama del Perú”.
¿Qué se necesita para reconvertir entonces esta ausencia de rumbo y carencia de liderazgos? Simplemente la semilla de la confianza, sólo ese brillo, sólo esa germinación. Confianza en casa, entre esposos, en la famila y de allí con los vecinos, con la gente del barrio, y de allí en el trabajo, la escuela, la universidad, y de allí en el trajín diario cuando caminas o subes al transporte público o cuando conduces tu vehículo.
Fíjate en la confianza que es respetar a otros y multiplicar ese respeto en otros más. Hay que sembrar confianza de a poquitos, para que crezca hacia muchos, en el rostro de todos, en la palabra de millones, en la actitud del país que queremos imparable hacia el ascenso, el progreso y el desarrollo, en un país de todos y para todos, porque somos más, eso: Somos Más.