Es importante debatir con criterio, altura y sustento, con quienes también poseen consistencia, palabra y educación, eso es lo interesante y lo importante cuando se trata de un debate, de un diálogo que busca encontrar uno o varios puntos comunes -que se dicen con palabras distintas-, o para dejar sentada una posición contraria a la del otro, no como oponente iracundo y resentido, sino como discrepante sincero y leal (porque existe lealtad en un debate entre gentes educadas). Por eso se llama debate, se hace diálogo, se formula respeto y atención.
En el Perú del siglo de la oscuridad que vivimos ahora con percances de mayores tinieblas, eso no existe, eso es imposible de corroborarse porque estamos sumergidos en el hoyo del lodo inacabable, un terreno infértil que se precipita en su sequedad y se cimenta en lo improductivo, que aplaude lo que niega y al que niega la evidencia, que se goza de saberse inútil, como un nuevo especímen de iras, infecundidad y lamentos de responsabilidad siempre ajena. Un país de incapaces de hacerse responsables por sí mismo, para seguir estirando la mano y pidiendo que se les llene los bolsillos, a los que nos roban las monedas.
¿No es muy duro decir todo esto? No se trata de un análisis, sino de una descripción. El Perú es, por obra y esfuerzo de las izquierdas del odio, un remolino de escombros que sigue atrayendo miseria, lamentos y populismos para tapar las incapacidades y delitos de los que gobiernan en una municipalidad, en una administración regional, en un ministerio, en la presidencia, en cualquier parte del Estado desbordante que limita o suprime libertades, para hacer de la democracia una mueca de participación ciudadana. Ese cuadro que nadie dice que ha pintado, pero millones se adueñan de los pinceles del arte destructivo, es la imagen que se legaliza desde el Congreso de los criminales (que son incompetentes, truhanes, ociosos y traidores al país, pero también muy creativos para la destrucción y supervivencia de la corrupción que apañan y subliman con leyes permanentes).
Como la ciudadanía no lee, estudia poco y se interesa menos, “los políticos” o escorias de la oscuridad, siguen reciclándose pero con componentes de menor calibre: se juntan los peores y procrean algo mucho peor y así, sigue la continuidad de lo absurdo, lo inmisericorde y repulsivo.
Todo este decrecimiento humano tiene nombre: izquierda. Y es toda es podredumbre humana, algo que se debe y tiene que eliminar (por limpieza, por la razón, por la supervivencia). Ni raíces, ni tronco que la sostenga, ni ramas fuertes que se extiendan; sin hojas, sin frutos, sin semillas: eso es siempre, eso son las izquierdas del Siglo XX y el XXI que permitimos que rodeen con violencia nuestras vidas, que ataquen con iras y odios nuestros valores y principios y que muchas veces, en aras de esa paz injustificada que nos han vendido como “algo correcto”, permitimos que siga anidando con nuestro silencio, cómplice y absurdo silencio.