La señora Dina Boluarte y su siamés Otárola -dos cuerpos, un mismo cerebro- van de mal a peor cada día, con una especie de soberbia y vanidad de espejo matinal, ese que te cuenta lo bello de tu fealdad, ese que te dice a voz suave lo bueno que crees que estás haciendo, sobre un inmenso daño a los demás, adonde no llega la mirada del espejo y tampoco la tuya. Es una fantasía y no un cuento de hadas, porque ni Dina es o puede ser hada, ni Otárola es un príncipe. Lo que sí se puede asumir en este cuento, es que Dina sería una madrina -al estilo del “padrino”- y Otárola un sapo queriendo llegar a ser príncipe, quizás rey. Vaya historia que nos falta contar.
Tenemos una realidad invariable: el gobierno sigue medio a la izquierda, medio al fracaso, no se pone en su lugar, pierde tiempo con grupos caviarizados y lagartizados, acuñisados y aniñanizados, un cocktail muy explosivo donde algunas izquierdas, desde las más pérfidas a las más suavecitas -pero con daga tras la espalda, lista a empuñarse-, junto a los operadores del lagarto, la heredad de Acuña y los truhanes de los “niños” acciopopulistas, definen las indefiniciones de gobierno.
¿Cómo se puede armar un gabinete de entendimiento nacional con los cárteles más sanguinarios de la política nacional? ¿Es un suicidio o un juego perverso? Yo considero, es mi opinión, que se trata de la perversidad en su máxima potencia, destruyendo todo concepto e idea de gobernabilidad, una de esas jugadas malévolas que en la historia se hacen constantes porque no tienen barrera de impedimento ni líderes que la enfrenten. Suponen muchos ciudadanos, manipulados por los medios de comunicación que ya están en caja cobrando, que todo esto es a cambio de “una invencible y robusta” administración temporal que garantice el siguiente recambio presidencial. Pero eso, es inaceptable, así se diga que tener seis o siete presidentes en tan pocos años desprestigia al país cuyo prestigio está muy lejos de algo digno de rescatarse, al menos por ahora.
Dina Boluarte y Otárola no saben que esto no es un negocio y están jugando con mucho fuego político, con alianzas muy débiles y costosas, con demandas, denuncias y condenas de las que nunca van a poder justificarse ni escapar.
Dina y Otárola, Otárola y Dina, van a estar más abandonados (en respaldos) y más recordados (en delitos) que cualquier personaje de la historia. ¿No se dan cuenta ellos de eso? Y por si acaso, sus ministros se las han jugado con ellos, así que… les caerá parte del muro en la demolición, muy pronto, así sigan pensando en el plan permanencia hasta o despúes del 2026, una locura más, de la que ya les contaremos pronto el guión y el desenlace.